El rostro en el espejo (fragmento)Mary Elizabeth Braddon
El rostro en el espejo (fragmento)

"No puedes dejarme ahora —suplicó Edgar—, solo por un sueño o una visión, o lo que es más probable, por tu propio cerebro agotado jugándote una mala pasada. No te habías recuperado de la primera impresión y, después, la muerte de la querida Mary te ha atormentado de nuevo. Créeme, son solo imaginaciones tuyas. ¿Y qué puede haberle pasado a Ruth desde las diez de la mañana de ayer? No podré superar este terrible día sin ti. Te ruego e imploro que al menos te quedes hasta mañana, cuando estaré agradecido de poder cabalgar contigo y quedarme en vuestra casa por un tiempo.
Hugh insistió en su deseo de partir a su hogar al momento, pero Edgar suplicó y lloró de esa espantosa manera en la que los hombres vierten lágrimas, que no tuvo más remedio que ceder. El día pasó con celeridad entre el ir y venir a la iglesia, y el consolar y confortar a su hermano durante la difícil ceremonia; al atardecer, ambos se encontraron de nuevo sentados frente al fuego del comedor. Hugh había acudido a su habitación varias veces durante el día; cada vez atisbaba el espejo entre escalofríos de terror pero no vio el rostro de nuevo. Estaba empezando a pensar que, una vez hubiera pasado la noche y se encontrara sobre su caballo de camino a casa, podría permitirse reír de aquella superstición y aquellas tonterías, cuando un profundo y peculiar gemido hizo que ambos hermanos miraran hacia arriba y escucharan con atención. Justo cuando Edgar iba a hablar, el gemido creció y creció, hasta que sonó como si un tremendo viento barriera la habitación. Hugh se levantó sobresaltado y, en aquel preciso momento, la puerta de la habitación se abrió con violencia y una delgada figura gris se deslizó de manera espantosa en el interior de la estancia hasta llegar en silencio al lado de la chimenea. La puerta se cerró de nuevo con suavidad, y Hugh y Edgar se agarraron las manos en un agónico apretón. Mientras avanzaban lentamente hacia la figura, el neblinoso velo que la envolvía se disolvió poco a poco y, con un mutuo estremecimiento de terror, ambos reconocieron a Ruth Monroe.
El viento y el gemido se desvanecieron y un pavoroso silencio llenó la habitación, que se sentía repentinamente húmeda y fría, como si el velo de niebla se hubiera fundido con el ambiente. Ruth no se movió ni apartó la mirada de los ojos de su marido, los cuales contemplaba de la misma manera implorante que en las otras ocasiones. La voz de Edgar tembló al dirigirse a ella, pero la llamó por su nombre y suplicó que les hablara. Al oír el sonido de su voz, la figura levantó una mano y movió los labios tal y como el rostro del espejo había hecho. Palabras inconexas y mudas parecieron permear la habitación pero de una manera tan tenue que ninguno de los hermanos pudo distinguirlas, y cuando Hugh se abalanzó hacia delante para asir la extendida mano, la figura se desvaneció lentamente sin dejar rastro de su extraordinaria visita. "



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