El retrato (fragmento), de Cuentos PetersburguesesNikolai Gogol
El retrato (fragmento), de Cuentos Petersburgueses

"Chartkov se convirtió en pintor de moda. Se dedicó al visiteo; acompañaba a las damas, a las galerías de arte, e incluso a pasear; comenzó a vestir con elegancia y a afirmar en voz alta que el pintor tiene que ser hombre mundano, que debe cuidar su prestigio, que los pintores visten como zapateros, no saben comportarse, no se mantienen a la altura de las circunstancias y carecen de toda cultura. En su casa y en el taller, llevó la pulcritud y la limpieza a sus cotas más elevadas; contrató a dos lacayos de excelente presencia; se hizo con alumnos de la alta sociedad; cambiaba de ropa de calle varias veces al día; se rizaba el pelo; estudió las reglas de la buena sociedad, para recibir a los visitantes; recurrió a todos los medios para mejorar su aspecto exterior y, así, causar grata impresión a las damas; en una palabra, pronto se hizo imposible reconocer en él al modesto pintor que, desconocido, trabajaba en su cuchitril de la Isla Vasilev.
Ahora sus juicios sobre los pintores y el arte eran tajantes; afirmaba que los pintores de antes estaban sobrevalorados, que todos, hasta la aparición de Rafael, no pintaban personajes, sino arenques; que la celebridad de sus obras era imaginación del espectador; que el propio Rafael no siempre pintó bien, y que muchas de sus obras son famosas por la leyenda que las rodea; que Miguel Ángel era un fanfarrón, porque sólo pretendía demostrar que conocía la anatomía, carecía de gracia y que el auténtico arte, la energía y el colorido en la pintura había que buscarlos en los pintores de aquel momento. Aquí, naturalmente, y de manera espontánea, el tema se orientaba hacia él. «No, no comprendo —decía— cómo algunos se pasan sentados horas ante el caballete, derrochando sudor. Al que consume varios meses dándole vueltas a un mismo cuadro, le tengo yo por un obrero, no por un pintor. Que no me vengan diciendo que ése tiene talento. El pintor genial es valiente y rápido. Yo, por ejemplo —decía, dirigiéndose a las visitas—, este retrato lo hice en dos días; esta cabeza, en uno solo; esa otra, en unas horas; y esto, en poco más de una hora. No, no… yo, hablando con franqueza, no llamo arte a lo que se va haciendo punto por punto; será artesanía, pero no arte».
Así hablaba a sus visitantes, y éstos quedaban admirados de la fuerza y la agilidad de su pincel. Incluso lanzaban exclamaciones, oyendo la rapidez con que había pintado, y después lo transmitían a los demás: «¡Es un talento, un auténtico talento! ¡Fíjese cómo habla, cómo le brillan los ojos! ¡Il y a quelque chose d’extraordinaire dans toute sa figure!»
El pintor se sentía halagado oyendo tales cosas sobre sí. Cuando, en una revista, aparecía un artículo laudatorio, se ponía contento como un niño, aunque hubiera costeado las loas con su dinero. Llevaba el periódico a todas partes, para mostrarlo, como por casualidad, a sus conocidos y amigos, y se pavoneaba con una ingenuidad cándida. Su fama crecía, el trabajo y los encargos aumentaban. "



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