Ismael (fragmento)Eduardo Acevedo Díaz
Ismael (fragmento)

"Ya en la orilla de la selva, el jinete moderó el paso, recorriéndola alguna distancia, como buscando la abertura casi invisible de una picada secreta; algo así, como un túnel tortuoso y oscuro bajo las espesas bóvedas flotantes que atravesara todo lo profundo del bosque hasta la ribera del río, escondido entre dos inmensas paralelas de troncos y follajes cual una veta de plata a flor de tierra.
Allí donde, otros menos expertos nada habrían visto, el jinete se detuvo.
Cubierta ligeramente por las ramas hojosas de molles y guayacanes, había una abertura o entrada muy estrecha, por la que sólo podía penetrar de frente un jinete.
El fugitivo apartó los ramajes con cuidado, y su alazán, cual si reconociera el sitio, entró por aquel túnel contorneado de arborescencias, quebrando los gajos tiernos con el pecho y haciendo crujir bajo sus cascos los viejos troncos esparcidos a trechos en la sombría senda. Refrenole su dueño con vigor; y desde ese instante, empezó a avanzar paso a paso, caracoleando en prolongada serpental, y deteniéndose a veces ante el obstáculo opuesto por recientes invasiones de la vegetación arbórea, o ante curiosas empalizadas que los habitantes desconocidos del bosque levantaban en ciertos lugares, para torcer la marcha de una partida o columna en desfile.
Estas obras de matrero no carecían de ingenio. Menos prolijas, recordaban no obstante las del topo. En los sitios donde existía el obstáculo, el sendero se dividía en línea trifurcada, siendo dos de los ramales más reducidos y angostos, -como obra de carpincho y otros moradores de la selva- viniendo a constituir la barrera artificial el vértice de dos ángulos agudos. Los senderos de los flancos, llevaban lejos: los que en ellos se aventuraban, se perdían en lo intrincado del monte. En cambio, traspuesto el obstáculo de la línea media, que era la recta, arribó a la otra ribera, después de una lenta y complicada travesía. El empalme de estas vías tenebrosas, sólo era conocido por el contrabandista o el matrero, a quienes bastaba separar los troncos y el boscaje formado por nutridas lianas y ñapindaes dóciles y rastreros, que al enroscarse en los árboles circunvecinos alargaban sus guías enormes por doquiera, para abrirse paso y continuar la ruta, después de recubrir el paraje cuidadosamente.
Estos senderos secretos se extendían larga distancia bajo un cielo verde en caprichosos giros en ascenso, ya en declive, según las ondulaciones y accidentes del terreno sembrado de hojas y de raíces, en medio de paisajes encantados, de helechos y nutridos brezos sobre los que zumbaba sordamente todo un mundo de átomos alados.
Rara vez la planta humana hollaba aquellos sitios, verdaderos asilos ignorados del gaucho errante; y diríase ante su salvaje pompa y virgen soledad, la smarrita via, en la selva oscura del poeta. Troncos gigantes enlazados por graciosas guirnaldas, de lianas y tacyos, hasta formar tupidas redes en las bóvedas de las copas confundidas; palmeras enhiestas asomando sus cabezas en el espacio, a manera de colosales quitasoles del oriente; robustos yatáhis y guayabos en estrecha alianza con las indígenas yedras trepadoras, molles y laureles agrupados en tumulto: añosos quebrachos y atrevidos ñangapirées elevando sus cúpulas en desorden, junto al duro espinillo y al tala espinoso, verdadero erizo vegetal que hiere y desgarra como un dragón que guardara el secreto de la floresta; columnatas singulares, airosos capiteles, variadas volutas, elegantes cimborios simulados por miríadas de hojas y tupidas florescencias; y en la pradera sombría, como asaltando las bases y troncos de aquella hermosa vegetación secular, innúmeras legiones de plantas selváticas irguiéndose con audacia para concluir en esbeltos tallos y trémulos penachos de vivos matices, o retorciéndose por el suelo cual prodigiosa nidada de serpientes. "



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