Referencial (fragmento)Ignacio Ferrando
Referencial (fragmento)

"Y mientras Inés apaga el horno en algún punto de Madrid, yo observo, al otro lado del local, a Daisy sirviéndole vino al americano. Su pareja se levanta para hablar con el camarero y regresa con una cajetilla de fósforos de madera. El pelo liso, el flequillo más bien lacio y las gafas de pasta le dan un vago parecido con el escritor Peter Handke en los años setenta. Inés debe de tener una de esas cocinas amplias, con isleta y encimera kilométrica. Sus tacones resuenan y escucho la bisagra de una puerta que se cierra con un golpe seco. Luego el sonido de una copa de cristal sobre una superficie de formica o de mármol. En la mesa de los americanos, el chico coge tres cerillas de madera y las pone perpendicularmente sobre el filo de un cuchillo. Están equidistantes, pero dos de ellas tienen la cabeza roja hacia la derecha, mientras que la otra, la del centro, queda hacia la izquierda. El joven las enciende simultáneamente y los tres fósforos prenden sin problemas y se consumen rápido. El vástago se ennegrece y hace que las cabezas, convertidas en ceniza, caigan sobre el mantel blanco, primero la que apunta a la izquierda, y después, casi de un modo simultáneo, las dos que apuntan a la derecha. La cerilla del centro se ha apagado antes de consumirse y ha quedado sin quemar. Los restos, convertidos en carbonilla, han dejado un cerco amarillo sobre la tela que el chico barre con la palma de la mano, tratando de ocultarlos. Casi puedo ver el mantel quemado, una docena de orificios similares a los agujeros de tabaco que había sobre el edredón. Daisy ríe —¿por qué ríe?, ¿a qué viene todo esto?— y el americano parece satisfecho porque lo que quiera que pretendía demostrar ha sido demostrado.
[...]
Nos cruzamos y, justo en el punto medio, levanta el rostro y me saluda. No nos parecemos en absoluto —él es más alto y más joven y lleva una barbita en forma de ancla—, pero durante un segundo me pregunto qué hará un tipo así en el Ponte Palatino, paseando como yo, soportando la lluvia y la humedad, tratando de perderse. De las tres veces que he estado en Roma, jamás he cruzado el límite del río. La ciudad al otro lado es como un campo de batalla. Por todas partes hay zanjas y balizas luminosas, señales indicadoras de provisionalidad. A la derecha de la Via dei Cerchi quedan las ruinas de docenas de edificios, de templos que circundan el foro. Cuando giro por la avenida de San Gregorio diviso el paredón ovalado del Coliseo. Está iluminado por todas partes como un ovni. Los focos que surgen de los nichos donde antes estaban las estatuas de los emperadores apuntan hacia el cielo. Más bien parece una nave nodriza aterrizada en mitad de la noche. Y mientras camino hacia ella y me fundo con esa luz, recuerdo que Paula me dijo que, cada vez que se suspende una ejecución, iluminan el anfiteatro del Coliseo, y empiezo a preguntarme qué ejecución ha sido suspendida, en honor de quién, si después de todo ha sido la de Julia, o la de Inés, la de ese hombre con el que acabo de cruzarme, o, como sospecho y todo parece indicar, la mía propia. "



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