El oído absoluto (fragmento)Manuel Longares
El oído absoluto (fragmento)

"Esa explosión amorosa de la escalera que hubiera inspirado a Wagner opulencias sinfónicas, derivaba en sainete y Palmira se desinteresó de las argucias de los tortolitos. Admirada del apego de los personajes de ficción a los libros que los crearon –porque fuera de ellos no se justifican–, cerró la puerta del piso, siguió por el pasillo y, al desembocar en la rotonda donde nada quedaba de aquel tesoro de belleza, pasión, aventura y pensamiento almacenado en la biblioteca de su primo, comprendió la desazón de los que desahuciados de donde tuvieron acomodo, tanteaban la posibilidad de realojar su historia en espacios afines.
De esa desorientación ante la falta de libros participa Max en Monlieu y así se lo cuenta a Bernardo en la correspondencia estudiada por la profesora Landete: «Desde niño, tú lo sabes, suelo leer tres horas todos los días y ahora que tengo tiempo de sobra pero no libros, echo de menos el hábito. En los dominios de Otilia no hay lo que me apetece. Mi anfitriona no guarda poesías o prosas, pese a su aprecio por los escritores. Su obsesión por la lírica y la rima no la satisface leyendo, como nosotros. Te diré que soporto mal no estar entre libros, por lo que cuando me quedo solo en la casa paso la mano por las paredes por si encuentro estantes disimulados, secretos... Uno no está preparado para este tipo de situaciones en que la fiebre del deseo no se calma con remedios de botica».
«No quiero sucedáneos –responde Max a una carta de Bernardo que se ha perdido–, no quiero periódicos ni cuentos escolares, te pido libros de adulto.» Y ofrece a Bernardo una relación de autores clásicos y modernos, en lengua española y traducidos, porque su avidez sólo tiene una excepción: «Todos me apetecen menos Lope de Vega, lo entenderás, supongo, no soportaría enfrentarme a El caballero de Olmedo. ¿Te pasa a ti también o la curiosidad te vence? ¿Habéis vuelto a leer la obra, tú o Sacri, después de lo de la pobre Eladia? ¿La recita Sacri? Y ahora, la cuestión palpitante: mandadme algún libro de los que te indico. Supongo que no plantearán obstáculos los correos, pero si los hubiera, imagina con qué gusto cruzaría la frontera a recoger vuestro envío. Me da igual poesía o prosa, siempre que sea literatura. A veces la depresión por la falta de libros me induce a pensar si no estaría mejor ciego».
Contrasta la facundia de Max con el laconismo de su cuñado. Son los últimos meses de guerra –anota Landete– y mientras Bernardo se expresa con prudencia, Max lo hace sin cautela. «Es la conducta de un consentido –comenta Landete–, que por salvar sus intereses pone en riesgo a los demás.» Esa es la razón de que Bernardo consulte con los espías de Atilano la última carta de Max: «Te pido libros aunque sean fascistas –ha escrito el poeta de Pagán–, por lo mismo que el alcohólico quiere vino aunque sea de consagrar». El soplón Ordóñez se pasma de que no la hayan interceptado los censores enemigos, viene sin tachaduras, podría tratarse de una trampa. Aparentemente es letra de Max, ¿se la habrá inspirado alguien para implicar a Bernardo? O lo que también es posible: ¿Habrá imitado alguien la letra de Max? Atilano recomienda a Bernardo que, por unos días, corte la correspondencia y el envío de libros a su cuñado.
Esa madrugada se presenta un piquete en el domicilio de Monteleón. Los milicianos traen más cartas de Max y leen párrafos que incriminan a Bernardo. Pensando en Sacri, Bernardo abomina de Max y de sus testimonios antipatrióticos. Y lleva al piquete a su despacho, donde en una caja de caudales se amontonan las piezas bufas que la compañía de Atilano representa para la tropa. A puerta cerrada les reparte revistas y libros eróticos. Cuando alguno empieza a pecar, Bernardo abre los ojos. Aún es de noche y Sacri duerme a su lado. Bernardo interpreta el sueño como un aviso y dirige a Max una carta destemplada: «Tú ahí a mesa puesta y pidiendo libros, nosotros jugándonos la vida por conservarlos en casa». Aquí se agota su enfado porque rompe en pedazos la cuartilla, según cuenta. No hay constancia –dice Landete– de otra carta similar.
Finalizó la guerra española de los tres años y Bernardo y Sacri cuelgan banderas en los balcones de la casa de Monteleón para unirse a la algarabía del ejército vencedor. Sacri baja a la calle, al reparto de comida, y Bernardo se encierra en su despacho para escribir a Max la carta que no podrá censurar el gobierno de la República. Mas para que no se la prohíba el Nuevo Estado franquista y porque está en juego el regreso de su cuñado del exilio, le explica las razones de su silencio epistolar. Usa términos crípticos que confía capte el cerebro de Max, aunque sería demasiado pedirle que se ponga en la piel de su interlocutor. De Max cabe esperar todo menos eso, la humanidad está a su servicio, si alguien sufre es asunto suyo, dirá Max, yo sólo quiero lo mío. "



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