El otro proceso (fragmento)Elias Canetti
El otro proceso (fragmento)

"Con el «tribunal» del Askanischer Hof de julio de 1914, se alcanza la crisis en la doble relación con las dos mujeres. La disolución del compromiso, hacia la que todo presionaba en Kafka, le ha sido, en apariencia, impuesta desde fuera.
Pero es como si él mismo hubiera escogido los miembros de este tribunal, él los ha preparado como ningún fiscal. El escritor Ernst Weiss, que vivía en Berlín, era su amigo desde hacía siete meses, y además de sus cualidades literarias traía a esa amistad algo que para Kafka era inestimable: su inconmovible aversión hacia Felice; había sido desde el principio enemigo de aquel compromiso. Kafka llevaba ese mismo tiempo luchando por el amor de Grete Bloch. La había hechizado con sus cartas y puesto cada vez más de su parte. En el tiempo transcurrido entre el compromiso privado y el oficial, sus cartas de amor habían ido dirigidas, en vez de a Felice, a Grete Bloch. Eso la había puesto en una situación forzada, de la que solo había una liberación para ella: una inversión que la convirtiera en su jueza. Ella fue quien esgrimió los puntos de la acusación de Felice; eran pasajes de las cartas de Kafka a ella, subrayados en rojo. Felice llevó consigo al «tribunal» a su hermana Erna, quizá como contrapeso de su enemigo Ernst Weiss, que también estaba presente. La acusación, que fue dura y odiosa, fue expuesta por la propia Felice, de los escasos testimonios conservados no se desprende con claridad si Grete Bloch también intervino directamente, y en qué medida. Pero estaba allí, y Kafka la sentía como la verdadera jueza. No dijo una palabra, no se defendió, y el compromiso quedó arruinado, como él deseaba. Abandonó Berlín y pasó dos semanas junto al mar en compañía de
Ernst Weiss. En su diario describe la paralización de los días de Berlín.
A posteriori, se puede advertir también que de ese modo Grete Bloch impedía una unión de la que estaba celosa. Incluso se puede decir que Kafka la había dirigido hacia Berlín, con una especie de intuición cautelar, y allí la había puesto con sus cartas en un estado en el que ella en vez de él encontró las fuerzas para salvarlo del compromiso.
Pero aquella manera de romper el compromiso, su forma concentrada de «tribunal» —desde entonces él nunca lo llamó de otra forma— tuvo un efecto abrumador sobre él. A principios de agosto su reacción empezó a formularse. El proceso que hasta ahora, a lo largo de dos años, había tenido lugar en cartas entre Felice y él, se transforma ahora en ese otro proceso que todo el mundo conoce.
Es el mismo proceso, él lo había ensayado; el hecho de que incluya infinitamente más de lo que solo las cartas permiten reconocer no debe engañar acerca de la identidad entre ambos. La fuerza que antes había buscado en Felice se la dio entonces el shock del «tribunal». Al mismo tiempo se celebraba el Juicio Final..., había estallado la Primera Guerra Mundial. Su aversión hacia los acontecimientos de masas que acompañaron ese estallido aumentó su fuerza. Él no conocía ese desprecio por los acontecimientos privados con el que los escritores que no tienen nada que decir tratan de distinguirse de los genuinos.
Quien piensa que le ha sido dado separar su mundo interior del exterior es que no tiene un mundo interior del que haya que separar nada. En el caso de Kafka, la debilidad que sufría, la temporal suspensión de sus energías vitales, solo hacía posible de manera muy esporádica la manifestación y objetivación de sus procesos «privados». Para alcanzar la continuidad que consideraba imprescindible, necesitó dos cosas: una sacudida muy fuerte, pero de alguna manera falsa —como ese «tribunal» que movilizó hacia el exterior, en su defensa, su atormentadora búsqueda de la exactitud—, y una conexión entre el infierno exterior del mundo y su infierno interior. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com