El telegrama Zimmermann (fragmento)Barbara Tuchman
El telegrama Zimmermann (fragmento)

"El implacable Ludendorff, resuelto a dar rienda suelta a los submarinos, no estaba dispuesto a esperar la intervención de Dios, sino a procurar ganar un mayor número de partidarios entre los miembros civiles del gobierno. Si bien el momento no había llegado todavía para deshacerse de Bethmann, lograría, por lo menos, eliminar al ministro de Asuntos Exteriores, Von Jagow, que también se oponía al uso de los submarinos. La consecución de este segundo objetivo no sería ninguna proeza formidable. Von Jagow era un tipo insignificante, cuyo bigote al estilo del de Charlot unido a su aspecto, que no tenía nada de teutónico, sino más bien de conejo asustado, hacían que todo el mundo —e incluso él mismo— considerase que no merecía el puesto que ocupaba. Sin embargo, había tomado buena nota de los consejos de Von Bernstorff que, desde Norteamérica, le proporcionaba los argumentos más contundentes contra el uso de los submarinos y le rogaba que le diese tiempo a Wilson, en el caso de que fuese reelegido, para que negociase las condiciones de paz con los aliados. Los militares, resueltos a arriesgarlo todo a cambio de la victoria que podían aportar los submarinos, no querían saber nada de Wilson. Von Jagow, portavoz de Von Bernstorff, debía desaparecer. Su capacitado viceministro, Zimmermann, que era honesto, laborioso y un tipo excelente, debía reemplazarlo. Bethmann, que intentaba mantener en todo momento cierto equilibrio y evitar discusiones, estaba dispuesto a sacrificar a Von Jagow, en la creencia de que Zimmermann se entendería mejor con Ludendorff. «Con Zimmermann —escribió Von Jagow con cierta amargura después de la guerra— los fanáticos defensores de los submarinos creyeron que tenían el campo libre. En el fondo de su corazón, Zimmermann siempre había sido partidario de los submarinos, es decir, se dejó arrastrar en todo momento por la corriente y por los que más vociferaban; ésta es la razón por la que se le consideraba fuerte».
Amén de sus demás virtudes, se suponía que Zimmermann tenía un conocimiento profundo de Norteamérica. Hacía casi veinte años que, de regreso de un puesto consular en China, había atravesado Estados Unidos, de San Francisco a Nueva York, en ferrocarril y gracias al profundo conocimiento que adquirió durante dicho viaje del carácter norteamericano, se había convertido, en su opinión, en un experto en asuntos norteamericanos. Durante la época de Von Jagow, estuvo a su cargo la sección de relaciones públicas del Ministerio de Asuntos Exteriores, lo que le permitió mantener contactos personales con el coronel House, el embajador Gerard, Von Papen y Boy-Ed. También recibía informes directos (sin pasar por las manos de Von Bernstorff) del cónsul general en Nueva York, en los que se ridiculizaba la creencia de Von Bernstorff en los esfuerzos de Wilson para conseguir la paz, ya que, según el cónsul, lo que pretendía Wilson era obtener las condiciones más ventajosas para los aliados. Los informes del diplomático alemán hablaban asimismo en términos altamente exagerados de los efectos de la propaganda germánica y le aseguraban a Zimmermann que el gobierno de Estados Unidos no se arriesgaría a entrar en guerra por temor a que los norteamericanos de origen alemán se insubordinasen. Estas comunicaciones se convirtieron en el pasatiempo predilecto de Zimmermann.
En una ocasión, Zimmermann, que discutía con Gerard con relación al suministro norteamericano de armas a los aliados, le aseguró que, en el caso de que el conflicto se extendiese a Estados Unidos, Alemania disponía de medio millón de individuos adiestrados, residentes en Norteamérica, que se unirían a los irlandeses con el fin de desencadenar una revolución. El embajador, que también tenía un buen sentido del humor, creyó que Zimmermann bromeaba, pero cuando se dio cuenta de que no era así le respondió que Estados Unidos disponía de medio millón de faroles de donde se les colgaría.
Gerard apreciaba a Zimmermann, a quien encontraba simpático y admiraba sus gustos gastronómicos; sin embargo, en una carta al presidente, le decía que la conversación del estadista alemán era, en general, ridícula. No obstante, Zimmermann, con el censo de población de Estados Unidos de 1910 sobre su escritorio, en el que constaba que 1 337 000 norteamericanos eran de origen alemán y unos 10 millones de descendencia germánica, se tranquilizaba pensando que Norteamérica no cometería ninguna locura. En 1916, cuando el embajador norteamericano en Turquía, Henry Morgenthau, pasó por Berlín durante su viaje de regreso a Estados Unidos, Zimmermann le dispensó su discurso predilecto, referente a los norteamericanos de origen alemán que se sublevarían en caso de guerra.
Hasta la primavera de 1916, Zimmermann compartió la opinión de su ministerio, según la cual, en el caso de que se autorizase la campaña submarina, Norteamérica se uniría a los aliados e Inglaterra; con la ayuda de Estados Unidos, sería invencible. A excepción del belicoso cónsul en Nueva York, todo el mundo que tenía algún conocimiento sobre Estados Unidos compartía la misma opinión. Von Stumm, jefe del departamento norteamericano del Ministerio de Asuntos Exteriores, el departamento de análisis de información extranjera y, naturalmente, Von Bernstorff, no se cansaban de repetirlo día y noche. Sin embargo, después de las exacerbantes discusiones que tuvieron lugar a raíz de los incidentes del Lusitania y del Sussex, la paciencia de Zimmermann para con Estados Unidos decreció gradualmente, hasta que llegó el momento en que casi deseaba que entrasen en guerra. "



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