Divisadero (fragmento)Michael Ondaatje
Divisadero (fragmento)

"Vine a Francia a los treinta y cuatro años para investigar sobre la vida y la obra de Lucien Segura. Viajé en avión hasta Orly, mi amiga Branka me recogió con su coche en el aeropuerto y atravesamos los alrededores —en donde ya caía la noche— dejando atrás las pequeñas poblaciones que eran como guiños de luz mientras nos dirigíamos hacia el sur. Llevábamos más de un año sin vernos, y nos pusimos al día, charlando sin parar. Branka había preparado una cesta con fruta, pan y queso y nos lo comimos casi todo, además de beber vino tinto de un vaso que llenábamos una y otra vez y que compartíamos.
Llegamos a Toulouse hacia medianoche. No había nada abierto, y aún nos quedaba otra hora más para llegar a Dému. Branka propuso que nos desviásemos a Barran, un pueblo donde su empresa de arquitectura participaba en la restauración del campanario de una iglesia antigua, y cuarenta minutos después recorríamos las estrechas calles de aquella población. Estacionamos el coche junto al cementerio.
Por supuesto Branka llevaba una lámpara de arco en el maletero del coche, y procedió a enfocarla hacia la extraña torre que se alzaba en la oscuridad como una lanza, o un rodrigón gigante, aunque me recordó sobre todo la desgarbada torre del agua a la que solíamos trepar de pequeñas. Pero aquello era más extraño. Construido en el siglo XIII, el campanario había sido diseñado como un muelle o un tornillo. Tenía una de esas formas inesperadas, helicoidales —la superficie como una hélice—, de manera que a medida que se curvaba hacia arriba reflejaba todos los puntos cardinales del paisaje. Dimos la vuelta a la iglesia en la oscuridad. ¿Quién había concebido y edificado aquello? Branka aseguró que, según los primeros cronistas, los constructores se habían inspirado en la concha de un caracol. Otros afirmaban que los carpinteros habían usado madera demasiado verde, de manera que a la larga se había alabeado, o que un viento muy fuerte había creado la torsión. Mi amiga no daba ningún crédito ni a la teoría de la madera verde ni a la de los vientos huracanados. Para ella el campanario era un ejemplo de arte visionario, y su altura, de cincuenta metros, lo hacía semejante a «un fuego en el cielo». Añadió que se había producido allí una pelea durante la reciente restauración y que un hombre casi había perdido la vida.
Volvimos al coche y nos dirigimos a Dému.
Siempre me ha gustado viajar de noche, con un acompañante, los dos analizando y compartiendo el conocido y familiar comportamiento de la otra persona. Es como una villanela, esta inclinación a volver sobre sucesos de nuestro pasado, de la manera en que la estructura de la villanela se niega a seguir un desarrollo lineal, dando vueltas alrededor de esos familiares momentos de emoción. «Sólo cuentan las relecturas», dijo en su momento Nabokov. De manera que la extraña forma de aquel campanario, girando sobre sí mismo una y otra vez, me resultó familiar. Porque vivimos con esas recuperaciones de la infancia que se fusionan y se repiten como un eco a lo largo de nuestra vida, a la manera en que los fragmentos de cristal de un caleidoscopio reaparecen con formas nuevas y son semejantes a canciones en sus estribillos y rimas, conformando así un único monólogo. Vivimos permanentemente en la repetición de nuestras propias historias, contemos lo que contemos.
No había un solo farol encendido en los pueblos que atravesábamos, sólo nuestros faros que barrían, al tomar las curvas, las estrechas calzadas. Estábamos solas en el mundo, en un país invisible y sin nombre. Me encantan esos viajes nocturnos. Llevas la mayor parte de la vida colgada a la espalda. En la radio la música suena débil e intermitente. Al final te quedas sin palabras. La mano de la amiga en la rodilla para asegurarse de que no te vas a la deriva. La negrura de los setos te obliga a volver.  
Siempre que oigo truenos pienso en Claire. La imagino satisfecha en su soledad, aunque, por lo que se me alcanza, podría estar cómodamente casada. Hay un poema de Henry Vaughan que describe la manera en que «el interés se mueve disfrazado». No sé si es eso lo que hago yo, desde tanta distancia, al imaginarme la vida de mi hermana y el futuro de Coop. Soy una persona que descubre subtextos archivísticos en la historia y en el arte, subtextos en los que la evolución en espiral de un puñado de desconocidos se enmaraña hasta crear una historia. En la mía, la persona por la que siempre empiezo es Claire.
La cojera de Claire, que la hacía parecer seria a quienes no la conocían bien, era consecuencia de la poliomielitis que tuvo de pequeña, y recuerdo a nuestro padre llevándola constantemente de una habitación a otra durante aquel período. La cojera siempre desembocaba en ardientes gestos de cortesía hacia ella. Hombres en un tranvía o en el transbordador de Larkspur se ponían en pie y le cedían el asiento. Pero Claire nunca sintió esa seriedad en sí misma. De hecho soy yo, Anna, a quien hay que identificar como la hermana seria, la que siempre insistía en que tomáramos un camino concreto. Claire era, desde muchos puntos de vista, la atrevida, y había un algo de desenfreno en ella. Los diarios sobre sus viajes —a caballo, por supuesto— incluían una diversidad de amigos que eran desconocidos para el resto de nosotros... "



El Poder de la Palabra
epdlp.com