El fin del Homo sovieticus (fragmento)Svetlana Aleksijevitj
El fin del Homo sovieticus (fragmento)

"La muerte... La muerte es el principio de algo... Lo que sucede es que no sabemos exactamente de qué... No puedo dejar de pensar, de reflexionar sobre eso. Quisiera escapar de esta prisión en la que vivo, escapar de aquí... Y, sin embargo, hace poco me puse a bailar frente al espejo una mañana... ¡Tan hermosa! ¡Tan joven! ¡Tengo que aprender a divertirme! ¡Tengo que amar a alguien!
El primer cadáver... Era de un ruso. Un joven muy hermoso... ¡Bellísimo! De hombres así, en Abjasia decimos que están hechos para fundar un linaje. Estaba tumbado en el suelo, medio
cubierto de tierra. Calzaba zapatillas deportivas y llevaba uniforme. A la mañana siguiente, alguien le había robado las zapatillas. Lo habían matado... ¿Qué vendría después? ¿Eh? ¿Qué veríamos bajo nuestros pies? En la tierra, aquí abajo, o allá arriba, en el cielo... ¿Qué había allá arriba en el cielo? Era verano y el mar rugía. Y las cigarras cantaban. Mamá me mandó a hacer recados. Y aquel muchacho estaba allí, muerto, mientras las calles se llenaban de camiones cargados de armas que repartían a la gente. Entregaban fusiles automáticos como quien entrega barras de pan. Vi a un grupo de refugiados, alguien me hizo notar que eran refugiados y recordé de repente esa palabra caída en desuso.
Recordé que había leído esa palabra en algunos libros. Los refugiados eran legión: se desplazaban en camiones, en tractores, a pie... (Calla). ¿Qué le parece si cambiamos de tema?
¿Eh? Hablemos de cine, por ejemplo. Me gusta el cine, pero prefiero las películas extranjeras. ¿Sabe por qué? Porque en ellas no aparece nada que me recuerde la vida que llevamos aquí. Las miro y puedo fantasear a placer, inventarme lo que me plazca... Puedo imaginar que tengo otro rostro, cuando estoy harta del mío. Otro cuerpo... Otros brazos... No me siento bien dentro de este cuerpo, ¿sabe? Me siento muy limitada... Siempre tengo el mismo cuerpo, el mismo todo el tiempo, cuando yo no soy siempre la misma, yo cambio... Me escucho hablar y me digo que esas palabras que pronuncio no pueden ser mías, porque ni siquiera las conozco y no soy más que una chica tonta a la que vuelven loca los bollos con mantequilla... Porque todavía no he amado. Porque todavía no he parido... Y si digo estas cosas es porque... ¿Qué sé yo? ¿De dónde habré sacado todo eso? Después vi otro cadáver más, el segundo... Un joven georgiano... Lo habían dejado en una zona de un parque que estaba cubierta de arena y allí lo vi, tumbado de espaldas sobre la arena, mirando al
cielo... Nadie se ocupaba de recoger su cuerpo y el cadáver seguía allí, como olvidado. "



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