El pueblo del viento (fragmento)Grazia Deledda
El pueblo del viento (fragmento)

"De hecho, el hombre negro estaba en el fondo, donde el muro azul del mar ceñía la tierra. Caminaba con la cabeza baja como buscando un objeto perdido.
Ciertamente no me había visto pero igual retrocedí al rincón del arbusto para esconderme mejor y esperar a que él se alejara. Me parecía que la hierba que pisaban mis pies se estremecía conmigo, que las arañas suspendían su labor y las mariposas huían. Todo por miedo a él. A él, que ocultaba la luz del sol y que quizá buscara en la arena el límite entre la vida y la muerte, las huellas de sus
días perdidos.
Cuando regresé a casa, debí tener la expresión atemorizada y al mismo tiempo pícara del niño desobediente al que le ha sucedido una aventura inconfesable; porque mi marido, sentado ya en la mesa delante de su taza de café con leche preparado por Marisa, me miró entre severo y preocupado. Fui a ponerme medias y zapatos, preguntándome una vez más si debía hablarle de
Gabriel. Sí, debía hacerlo; pero el modo hostil que tenía al recibirme, similar a la forma en que se recibe a un niño al que se desea castigar, selló mis labios.
Y nuevamente, una injustificable melancolía surgió aquella mañana entre nosotros, aparentemente porque yo no había regresado en cuanto él me había llamado y porque más tarde no quise realizar con él el paseo habitual por la playa. En realidad me sentía profundamente turbada y preocupada por la macabra reaparición de Gabriel y, sobre todo, porque mi marido, sin poder explicarse la razón, intuía a su vez que algo insólito y grave nos separaba.
Pero también él callaba porque no había nada para decirnos o para reprocharnos. Nada. Y sin embargo la sombra nos separaba.
Pero no, nada nos separaba. Más bien, si pensaba en lo que habría sido mi vida junto al otro, y evaluando el presente, mi alma se alegraba como la alondra en lo alto del cielo.
Sin embargo, ¿por qué entonces yo experimentaba esta sombra, este peso indefinible, esta línea misteriosa de silencio, esta imposibilidad física de mi boca para pronunciar un nombre que no era ni amigo ni enemigo nuestro? Yo lo he comprendido más tarde, ya pasada la tormenta. No quería en ese instante enturbiar ni siquiera con una nube pasajera la límpida atmósfera de nuestros primeros días de vida en común, días que en el futuro debían recordarse siempre como el inicio de un mundo nuevo, pleno de luz y de transparencia, nunca manchado ni siquiera con un solo hilo de sombra.
Cuando esa mañana mi marido regresó de su paseo solitario por la playa, corrí a su encuentro y lo abracé como si volviese de un largo viaje. También él me estrechó con alegría y así nos reconciliamos.
Por la tarde, fuimos al pueblo. Allí todos conocían a mi marido y él los conocía a todos, mientras yo era observada con curiosidad por las mujeres sentadas delante de las puertas de las numerosas tiendecitas ubicadas en la calle principal, y por los hombres reunidos en pequeños grupos por la plaza.
Entramos en la farmacia para comprar un dentífrico, y el farmacéutico, un bello anciano gordo y jovial, me honró con una profunda inclinación de cabeza, mirando de reojo y con picardía a mi compañero. "



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