Bambalinas (fragmento)Eduardo Arroyo
Bambalinas (fragmento)

"No puedo impedir que me asalten los recuerdos de Nanteau, cuando inventábamos peinetas y sombreros. Como el sombrero que lleva el Pierrot central de L’intrigue, el cuadro de James Ensor de 1890. Más sombreros y gran cantidad de máscaras dentro de mi pintura enmascarada donde no hay sitio para rostros desenmascarados. ¿Qué es lo que intriga a las máscaras del pintor belga? Y ¿por qué están escandalizadas las máscaras del cuadro de 1883 (Les masques scandalisés)? Se trata posiblemente de una puesta en escena esperpéntica con la familia del artista; el supuesto padre está representado con una nariz descomunal cuya punta casi acaricia una botella de vino, más vacía que llena; su embriaguez le impide levantarse cuando en el marco de la puerta asoman las narices de una mujer enmascarada con unas descomunales gafas negras. El desenlace lo anuncia el bastón enarbolado por la figura de la hipotética madre: lo va a estampar sobre la frente del bebedor, dibujando de esta manera la frontera borrosa entre el disfraz lúdico y la violencia. Casi diez años más tarde, el bélico Ensor pinta con sorna una riña entre dos personajes, y en este caso, en vez de máscaras, son dos calaveras las que se disputan un arenque. Escribir sobre James Ensor me evita escribir sobre José Gutiérrez Solana, aunque desde mi punto de vista, a pesar de haber brillado una más que la otra –porque existirá una diferencia entre haber nacido en Ostende y en Madrid–, son las dos caras de la misma moneda. «En fin –escribe Ensor a modo de manifiesto–, me he recluido alegremente en el ámbito solitario donde reina la máscara, toda ella violencia, luz y brillo. La máscara me dice: frescor del tono, expresión sobreaguda, decorados suntuosos, grandes gestos inesperados, movimientos desordenados, exquisita turbulencia.»
Escribir sobre Ensor me evita escribir también sobre Evaristo Valle –existirá una diferencia entre haber nacido en Ostende, en Madrid o en Gijón–. La pintura de Ensor ha echado raíces en los últimos momentos del invierno en el carnaval de Ostende de la misma manera que la obra de Raymond Roussel se ha asentado en el carnaval de Niza. En cuanto a Solana, su estímulo venía de la España en la que vivió, sin carnaval ni confetis, sólo cenizas volátiles y serpentinas negras. La madre, la hermana y la abuela de Ensor sentían mucha afición por el disfraz, y en la tienda familiar se vendían todo tipo de máscaras; el pintor recorría las calles del puerto disfrazado, pegando unos gritos terribles pero dispuesto a observar y con la sensibilidad despierta. En el cuadro de 1889, El asombro de la máscara Wouse, aparece el perfil inquietante de una mujer pegada a una nariz sobresaliente. Creo que se trata de un travesti, de un hombre disfrazado de mujer, de un padre borracho transformado en madre delante de varios vestidos y unas máscaras tendidas en el suelo, restos de un carnaval familiar imposible, detritus de fiesta de sonrisa helada: un uniforme, un sombrero de copa, un gorro de dormir femenino, un violín, un zapato; a esta figura la rodean, la observan, una cara negra, una máscara del teatro Nô, un indio americano, parecido a un Mussolini piel roja. Quizás lo más angustioso sea la vela encendida sobre el pavimento del primer término que aún no está a punto de apagarse.
Una tarde, en 1937, James Ensor pintó Mi retrato con máscaras [óleo sobre lienzo, 31,1 × 24,5 cm] que se encuentra en la colección del Philadelphia Museum. Ensor se autorretrata pintando máscaras, con sombrero negro, chaleco y chalina. A veces los pintores olvidan descubrirse cuando empuñan el pincel. Un pincel que, en este caso, es más una escobilla desplumada que otra cosa: una brocha teñida de amarillo y sujeta con firmeza, como si el pintor tuviera miedo de que se le escapara de las manos. Las paredes del taller están cubiertas de chafarrinones verdes y grises, de restos de paleta, de manchas de fin de fiesta, y el pintor huye con sus ojos de las miradas inquisitoriales de las máscaras y ya empieza a escaparse de sí mismo y además da la impresión que se parece a Miguel de Unamuno o a Auguste Rodin. Las barbas blancas cubren los rostros. Envejecen y acercan al final. "



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