El cordero carnívoro (fragmento)Agustín Gómez Arcos
El cordero carnívoro (fragmento)

"-Librería religiosa-, puede leerse todavía en la parte superior de la persiana metálica. Está claro que mi universo es muy limitado. La historia de la ciudad no es cosa mía. He vivido como un pollito en el huevo que, inexplicablemente, nunca se rompió. Así que tenemos por un lado mi huevo y por otro, la ciudad; dos elementos que conviven, ajenos el uno al otro.
No intento comprender. Tampoco me mira nadie como si yo viniera de otro planeta. Lo que quiero es vivir y morir en casa, bañarme y comer con mi hermano, dar clase con mi profesor, levantarme y acostarme como todo el mundo, ir vestido a la moda gracias a los catálogos de mamá, sin tener ninguna relación, ni siquiera visual, con la gente del exterior, y ya está. Creo que mi reputación de monstruo o de enfermo incurable es tan sólo un chisme telefónico, mamá y sus amigas lo saben perfectamente, pero los demás no. La ciudad no lo sabe.
Y luego, las banderas bicolores, rojo amarillo rojo.
Las hay por todas partes. En los tejados de los edificios públicos, y en lo alto de los largos mástiles plantados en medio de los cruces. Y, lo más sorprendente: en los balcones de las casas particulares, tapando las preciosas rejas de hierro forjado o las macetas floridas, y también en lo alto de un campanario, confundiéndose con la cruz, o flotando en las ventanas arqueadas de los conventos, como alfombras expuestas al sol.
Contemplo, alelado, tal floración inesperada de rojo amarillo rojo, que otorga a la ciudad una apariencia medieval y evoca la imagen de un campamento de nómadas, que fueran a desmontar, al día siguiente por la mañana, para trasladarlo a otro lugar. (Visto en un libro). Es imposible que este absurdo tapizado con el que han travestido la ciudad, tan humillante para la piedra y la cal, permanezca para siempre. Si fuera pájaro, ya me habría largado a buscar un paisaje natural. Pero no. Los pájaros siguen ahí. Y se cagan en los mástiles. (Símbolo).
Llegamos a la espléndida plaza porticada del Ayuntamiento. Es como si se entrara, de pronto, en un claustro. Altísimas palmeras suben por encima de los tejados de tejas rojizas, de las agujas, de los gallos de forja que coronan las torres. Como si buscaran un cielo inmaculado para echarse a volar y escaparse. Ese cielo límpido, espejo del mar, en el que nadie ha conseguido todavía colgar una bandera roja amarilla roja. Esas palmeras que respiran un aire tan puro, están tan primorosamente verdes que la herrumbre de sus troncos parece artificial, como plástico domesticando a unas raíces enamoradas del cielo azul. Los pájaros juegan a mostrarles el camino de la libertad, tan inconscientes y malvados como esas personas con excelente salud que visitan en el hospital a los enfermos incurables.
Las arcadas se alinean a nuestro alrededor con la disciplina de un desfile del Día de la Victoria (pero supongo que es pura casualidad). Cada arco lleva armas y símbolos distintos pero todos van enmarcados en el mismo escudo de aristocrático dibujo. Bajo las bóvedas, la luz tamizada por la ausencia casi total de sol en la plaza, se deshace hasta convertirse en sombra. Apenas distingo las caras de Clara y de mi hermano. "



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