De buena fe (fragmento)Jane Smiley
De buena fe (fragmento)

"Así pues, no me preocupé por dos motivos: uno, que tenía aquel gran despacho; dos, que, aunque no había forma de explicarle las dificultades de conseguir los permisos, una sola reunión bastaría para que tocara de pies en el suelo, y no iba a servir de nada darle vueltas hasta que hubiera asistido a dicha reunión.
Repasé mis otras propiedades en Portsmouth y volví a mi despacho, desde donde llamé a la Comisión de Supervisores del municipio de Plymouth, y de milagro conseguí que Vida me apuntara en el orden del día de la reunión del día ocho, detrás del Criadero de Caniches de Marie, que deseaba instalar seis perreras más; detrás de las autoridades del condado, que querían mejorar las
instalaciones de los aseos del parque natural en el extremo norte del municipio —«Eso no tardará», me dijo Vida. «Le pondrán el sello enseguida»—, y detrás del garaje Darley Corners, que esperaba poder retirar su sistema de almacenaje de gasolina y sustituirlo por uno nuevo. «Y no es porque el propietario quiera. A Mike Lovell le encantaría que el municipio le denegara el permiso. Es un trabajo importante. Sin embargo, después de tanto tiempo, se lo van a dar. Ese lugar es de lo más antiestético. Por lo tanto, señor Stradford, queda usted apuntado después de Mike. Confío en que el tiempo aguante y la reunión no se cancele.»
También añadió que tendría que presentar un plan preliminar al arquitecto municipal y a la comisión una semana antes de la fecha de la reunión. Faltaban cuatro días.
Me repantigué en la silla y miré por la ventana pensando que quizá fuera yo la única persona en todo el mundo capaz de apreciar la conjunción de aquellos dos elementos: la universal calidad de las ideas de Marcus Burns y el localismo del municipio de Plymouth. Y como si alguien me leyera la mente, sonó el teléfono y la voz de Hank Omquist. Me pidió que fuera a almorzar con él y, sin aceptar el «no» que ni siquiera pude darle por respuesta, me dijo que pasaría por mi oficina a la hora de comer y que lo esperara alrededor de las doce.
[…]


Desde la ventana de mi oficina observé a Hank meterse en el coche y dirigirse en dirección este, hacia Portsmouth. Inmediatamente fui al mío y salí a toda velocidad en sentido contrario, hacia su casa. No llamé para avisar. Fuera quien fuese el que estuviera allí, yo sabría manejarlo. Al fin y al cabo, era corredor de fincas, y podía ir a cualquier hora del día o de la noche por las carreteras del condado para ocuparme de cualquier asunto legítimo.
La carretera de Felicity tenía un aire muy pintoresco. Las ramas sin hojas de los imponentes árboles se desplegaban hacia el cielo luminoso y la nieve apartada a lo largo del asfalto estaba tan limpia y ondulada como las nubes. El sol caía a raudales. Un garaje rojo aquí, otro verde allí. Dos ponis de tupido pelaje comen heno junto a la carretera.
La casa de Felicity tenía un aspecto tranquilo, moteado con luces que se encendían aquí y allá. El porche de la entrada parecía hundirse ligeramente ante la casa. En verano no me había dado esa impresión. En el camino de acceso había un coche aparcado, un BMW, el coche de Felicity. El sendero no estaba totalmente limpio de nieve como podía estarlo el de casa de mis padres o el de
mi despacho. Oscuras huellas de neumáticos serpenteaban entre la nieve aplastada. Abrí la puerta del coche, pero me quedé sentado un momento, esperando que su rostro apareciera en alguna de las ventanas y me hiciera un gesto para que pasara. No ocurrió. Me apeé y cerré la puerta. Fui hasta la entrada principal, me quedé de pie en el porche y llamé con la aldaba; después con el timbre. No hubo respuesta. Usé los nudillos. Silencio. Salí del porche y caminé por la nieve hasta la entrada de atrás. Llamé y me asomé. Las sillas estaban apartadas de la mesa. "



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