Caribe (fragmento)James A. Michener
Caribe (fragmento)

"Como los arawak habían hecho anteriormente en Dominica, los pobladores ingleses rehuyeron el violento rompiente y las tempestades dominantes en el flanco de barlovento, la orilla atlántica, prefiriendo el costado occidental, más cálido y amable y orientado hacia los magníficos crepúsculos.
Allí, en una pequeña bahía no muy protegida, se construyó un grupo de toscas casas que, con el correr del tiempo, merecerían el nombre de Bridgetown. Este pequeño núcleo urbano pronto cobraría fama como uno de los lugares más civilizados del Caribe, con su playa curva, caracterizada por palmeras cimbreantes, estrechas calles bordeadas de casas blancas y bajas, al estilo holandés, una población industrial, una pequeña iglesia, coronada por una cúpula diminuta, y, de fondo, unas onduladas colinas bajas, muy verdes después de llover. Aun en esos primeros años era ya una aldea ante la cual el corazón se ensanchaba con cálidas expectativas. En cuanto uno la avistaba desde el mar por primera vez pensaba: He aquí un lugar en donde una familia puede ser feliz.
Al comenzar la década de 1630, un pequeño grupo de esforzados emigrantes ingleses trajinaba en los sembrados, detrás de la ciudad; tratando de conseguir cosechas que bastaran para alimentados; pero también para despachar a Inglaterra algún sobrante a cambio de las mercancías que necesitaban: ropas, medicinas, libros y cosas semejantes. El cultivo de los tres productos codiciados por los comerciantes ingleses —algodón, tabaco y añil para teñir— requería un esfuerzo tan brutal que los primeros colonos no tardaron en idear un plan que les permitía supervisar sus plantaciones con cierta tranquilidad mientras otros se ocupaban del trabajo: importar a jóvenes paupérrimos; con frecuencia del sudeste de Inglaterra o de Escocia, que trabajaran como siervos durante cinco años; transcurrido este tiempo, los mozos recibían una pequeña cantidad de dinero y el título de propiedad por dos hectáreas de tierra que cada uno podía elegir a voluntad.
En el primer grupo de trabajadores contratados así apareció un joven mohíno, proveniente del norte de Inglaterra, cuyo nombre era John Tatum. Según la costumbre, su pasaje había corrido a cuenta del más rico de los plantadores de tabaco radicados en Barbados, Thomas Oldmixon. La relación entre ambos nunca fue buena. Oldmixon era un hombre corpulento y efusivo, de voz atronadora y cara rubicunda, que tenía por hábito descargar palmadas en las espaldas de sus colegas, obsequiándolos con chistes que consideraba divertidos, pero cuya gracia los oyentes no solían captar con sus inferiores, y así consideraba a su sirviente Tatum, se mostraba despótico.
Durante los cinco años de servicio que Tatum debió prestar —sin paga, en una habitación húmeda, con comida miserable y sin la ropa de trabajo que otros amos proporcionaban a sus siervos—, Oldmixon se dedicó vigorosamente a adquirir nuevas tierras. Eso significaba que Tatum tenía que talar árboles, desenterrar tocones y arar terreno virgen para plantar. Ese trabajo tan duro, sin retribución visible, generó en él un amargo odio contra Oldmixon. Cierto inglés de Bridgetown, que trataba a sus sirvientes con más humanidad, predijo: «Antes de que Tatum termine su contrato, bien podría haber un asesinato en casa de Oldmixon».
Pero al año siguiente, concluido el periodo de servidumbre de Tatum y una vez que hubo elegido dos hectáreas al este de Bridgetown, ocurrió uno de esos accidentes que suelen alterar la historia de una isla. Un barco inglés, que iba hacia Barbados con un nuevo grupo de trabajadores blancos, tropezó con un navío portugués cuya tripulación se dedicaba a vender esclavos negros de isla en isla, igual que las mujeres de los hortelanos europeos vendían los productos del huerto de casa en casa. "



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