Frasco de suspiros (fragmento)Héctor Perea
Frasco de suspiros (fragmento)

"La joven, curiosa, con expresión ingenua, se aproximó al coche. Libró los últimos obstáculos. Las hierbas rozaban sus piernas, le hacían cosquillas en la piel, le producían distintas sensaciones. Y en un momento dado, después de extender su mano por segunda vez, un paso torpe, producto de la distracción que le provocaban las miradas de aquellos hombres concentrados en su cuerpo, con brazos arremangados y descalzos --para no manchar los zapatos de marca--, la hizo caer sobre el lodo. De inmediato, tropezando unos con otros, los tres corrieron a ayudarla. Manchada de los muslos, las nalgas y las manos, la joven, ruborizada, se dejó levantar. El vestido, pegado a sus piernas, se había sobrepuesto como otra piel; y dibujaba con precisión la figura femenina. Los hombres la habían tomado de muchas partes para levantarla y ella, nerviosa por la caricia múltiple, había sentido algo apenas traslucido por sus ojos pero que los pezones endurecidos y moldeados bajo el vestido no dudaban en mostrar. Como también sus labios. Los tres la vieron directo a los ojos. Luego miraron los pezones y su cuerpo entero. Y la volvieron a cubrir de manos bajo el recorrido atento, moroso de la cámara.
Clara se volvió hacia Marta, quien boquiabierta seguía la escena de la televisión. Pedro también la miraba, de perfil; y seguía la película de reojo. Silvia lo veía a él mirando a Marta. Otro embebido en las tomas era Mauricio. Éste y Marta coincidieron de pronto, sin verse, en dar un trago largo a sus whiskys. Y Luis
aprovechó para girar con disimulo y meter la mano bajo el vestido de Clara, quien sonrió como la chica de la tele. Se levantó, ofreció la mano a Luis y ambos se
perdieron en la penumbra rumbo a la pista de baile del fondo, que permanecía cubierta por cortinas densas, impenetrables a la vista desde fuera. Mauricio los
observó con atención mientras se perdían en la penumbra, con el vaso en los labios. Luego volteó hacia Marta, que ya lo miraba. Notó otros ojos sobre su rostro y giró hacia la derecha. Pedro analizaba cada uno de sus movimientos, divertidísimo, como si Mauricio fuera un insecto atrapado en la red del entomólogo; levantó el vaso y le propuso un brindis sin palabras. La luz que provenía de las pantallas, variable e inaprensible como las escenas ya bastante caldeadas, coloreaba los líquidos y lo poco que aun quedaba de los hielos iniciales. Los dos brindaron y sonrieron, pero con dos distintos ánimos y diferentes muecas. Dos parejas más pasaron junto a Mauricio. Sintió el roce de uno de los vestidos, ligerísimo como el de Silvia, al tiempo que una mano apretaba con suavidad la suya y lo invitaba a seguirla. Miró las piernas desnudas y la tela que apenas cubría la parte superior de los muslos. Se dejó atraer por la mano. De pie, siguió el camino de los otros hasta desaparecer en la oscuridad con su amiga. "



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