Los naufragios del corazón (fragmento)Benoîte Groult
Los naufragios del corazón (fragmento)

"Tras cuatro meses de silencio y en vísperas de partir de nuevo para África, me envía una breve carta pidiéndome perdón por no saber ser egoísta. La visión de su letra, pequeña y ordenada, en el sobre beis de mala calidad, me conmueve más de lo que hubiera querido. «Karedig, quiero que sepas que tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida —escribe en sus acostumbradas hojitas de cuadernillo de rayas, como esos que se encuentran en las tiendas de ultramarinos —. En cada uno de nuestros encuentros me decía que quizá fuera para nosotros el final del camino. Conoces mi maldito fatalismo. Pero la vida no me ha tratado bien. A veces me da por pensar qué habría sucedido si los prejuicios de tu familia y tu negativa a confiar en mí no nos hubieran conducido a esta situación.
Resérvame un sitio pequeño en tu corazón. Por mi parte, me ho kar (“te amo”).
Ya buscarás en tu diccionario de bretón. Y siempre será así. Pero la vida no ha querido.»
No le contesté puesto que ni siquiera me decía si volvería a correos a buscar mis cartas. Y además incitarlo a seguir queriéndome me parecía una estafa.
¿Cómo reclamarle un amor que lo ponía enfermo de remordimientos mientras que a mí me daba una razón adicional para vivir?
Fueron pasando los meses; en parte transferí a Sídney lo que reservaba para Gauvain. A menudo guardamos lo mejor de uno mismo para nuestra parte de aventura, aunque no lo confesemos. Trabajamos juntos el texto francés de su libro, publicado en primavera en la editorial Stock. No espera gran cosa, aparte de la estima de sus amigos y de algunos críticos a los que admira. Al menos intenta convencerse de eso.
En cuanto a mí, me reparto entre mi nuevo trabajo y la readaptación de Loïc a un país que ya no es el suyo. No se vive impunemente diez años en América, a la edad en la que se forjan las admiraciones y las razones de existir.
Por suerte Jean-Christophe me ayuda. Tiene dos hijas con su nueva mujer y está secretamente decepcionado. Su hijo ha recuperado prestigio a sus ojos y nos encontramos en torno a él sin rencor ni amargura, en ese estado de afectuosa indiferencia que solo puede experimentarse con un ex marido. Me doy cuenta de que ahora sabría entenderme con él. Cuando las personas ya no nos impresionan es cuando hay margen de maniobra, y cuando ya no las amamos es cuando por fin podríamos hacernos querer.
Me acerco a esas zonas también con Sídney. Viento en calma, mar hermosa. Pero ¿es la tranquilidad un valor supremo cuando se tienen treinta y cinco años? Quizá, si pienso en la pareja de Ellen y Alan, que están divorciándose, ella entusiasta, él amargado y asqueado de sí mismo; o en la tierna parejita de François y Luce, alcanzada por la desgracia en forma de un minúsculo tumor en el pecho izquierdo de ella. Sí, si pienso en la aplastante unión que ata ahora a Lozerech y una Marie-Josée rota por la minusvalía de su hijo.
Sí, sin duda hay que considerar ese equilibrio afectuoso y sin pasión como la felicidad. "



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