Aventuras de Edmund Ziller (fragmento)Pedro Orgambide
Aventuras de Edmund Ziller (fragmento)

"Si la Muerte, Oficial de la Ley de Cristo, persigue a uno, nos persigue a todos. Si Dios castiga a Adán, casti­ga a todos los hombres. Y si el teatro actúa como espejo de la vida, es en él finalmente donde vemos ejemplifica­da nuestra existencia y nuestra suerte. Parece razonable que los religiosos optaran por esa forma de evangelización. Y también parece aceptable que dentro de esta for­ma se infiltraran ideas y mitos del pueblo indígena. La vida mestiza debía encontrar sus propias respuestas al planteo religioso de los españoles. Y si bien absorbía, por un lado, las enseñanzas y credos de los sacerdotes, por otro integraba sus creencias y tradiciones en el Tea­tro de Dios. Ziller da un paso adelante: él habla por to­dos a la manera de un Mesías o de esos líderes políticos que usted admira tanto. Es curioso que Ziller incorpore como un signo diferenciador de su teatro lo gestual, lo corporal, lo físico. Antes de Ziller el discurso quedaba en manos del conquistador, pero el conquistado podía expresarse, como ya vimos, en la escenografía o la hu­milde utilería del teatro. Más aún: en algunas representaciones aportaba sus danzas y su música. Irrumpía con el gesto, los ademanes, la pantomima, las contorsiones, la acrobacia, la coreografía de un teatro sometido. No podía rescatar la letra, el significado explícito del anti­guo teatro mexicano, pero sí una de sus partes vitales: lo corporal, lo físico. Era la danza que venía de un antiguo ritual, que se adaptaba a la nueva ceremonia; la danza con la memoria del paraíso perdido, la danza del amor y también de la guerra, con sus bailarines emplumados, con el sonido de las pulseras en los tobillos, con los ági­les saltos, los contoneos, las cadencias de la antigua mú­sica. Ella acompañó las representaciones del Teatro de Dios. Aún hoy, como usted habrá podido ver, en los pueblos y hasta en las calles del Distrito Federal, se anti­cipa a los fieles de las procesiones. El Teatro de Dios le­vantó sus tinglados en las iglesias, pero los antiguos me­xicanos entraron en él, le dieron su impronta, su sello. A la vez, los sacerdotes españoles lograron, durante la épo­ca colonial, mediatizar los mensajes implícitos en las danzas y cantos de los aztecas. "Cantan fábulas y anti­guallas que hoy se podrían reformar y darles cosas o a lo divino que canten. "


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