El año del jardinero (fragmento)Karel Capek
El año del jardinero (fragmento)

"La época de la siega es también, como todo el mundo sabe, la de las tormentas. Durante unos días la cosa se prepara en el cielo y en la tierra: el sol es ardiente y, en cierto modo, antipático; la tierra se agrieta y los perros huelen mal; el cultivador mira el cielo con inquietud y dice que sería necesario que lloviera. Y luego aparecen unas nubes siniestras, como suele decirse, y se levanta un viento salvaje que arrastra consigo el polvo, los sombreros y hojas arrancadas de los árboles; el jardinero se precipita entonces al jardín, muy desmelenado, no para desafiar a los elementos como un poeta romántico, sino para sujetar todo lo que se dobla bajo el soplo del viento, llevarse sus instrumentos de jardinería y sus sillas, y, en una palabra, para prevenirse contra las catástrofes. Mientras trata —en vano— de sujetar unos tallos de «espuela de caballero», las primeras gotas, grandes y cálidas, empiezan a caer; pasa un minuto asfixiante y ¡bum! al son del trueno se abate un pesado aguacero. El jardinero corre a resguardarse en el umbral de su casa y mira, con el corazón oprimido, cómo su jardín se agita bajo los golpes de la lluvia y de la tempestad; en el momento culminante de la tormenta salta, como alguien que trata de salvar a un niño que se ahoga, para sujetar una azucena rota por el viento. ¡Dios mío, cuánta agua! El granizo viene a participar en este estruendo, rebota sobre el suelo y es barrido por los arroyos de agua sucia. En el corazón del jardinero se libra un combate entre su solicitud para con sus flores y esa especie de entusiasmo que provocan en nosotros los fenómenos de la naturaleza. Luego el estruendo disminuye, y el aguacero pasa a ser una lluvia fría, que por sí misma se va rarificando poco a poco hasta que acaba por cesar. El jardinero corre hacia su jardín refrescado, lanza una mirada afligida a su césped cubierto de arena, a sus gladiolos rotos y a sus arriates surcados de arroyuelos y, mientras el primer mirlo se pone a cantar, grita por encima de la valla a su vecino: «¡Eh, vecino, aún debería llover un poco más; para los árboles no es suficiente!».
Al día siguiente, los periódicos hablan de una tormenta catastrófica que ha causado daños terribles, en particular a las cosechas; pero no dicen que ha causado grandes daños a las azucenas o que ha destrozado los «Papaver Orientale». A los jardineros siempre se nos deja al margen. "



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