Cuando el emperador era Dios (fragmento)Julie Otsuka
Cuando el emperador era Dios (fragmento)

"Pudo verlo en su mente: las calles bordeadas de árboles en el atardecer, los jardines de tonos verde oscuro, las aceras, los niños que jugaban a la pelota en los patios, las niñas que jugaban a la rayuela, las madres con sus guantes de cocina rosa sacando cazuelas de los hornos, padres con sus relucientes maletines negros que entraban impetuosamente por las puertas principales, y exclamaban: «¡Cariño, estoy en casa! ¡Estoy en casa, cariño!».
Cuando pensaba en el mundo exterior siempre eran las seis en punto. Un miércoles o un jueves. La hora de la cena en toda América.
A PRINCIPIOS de otoño llegaban los contratistas de las granjas buscando nuevos trabajadores, y la Autoridad de Reubicación durante la guerra permitió a muchos de los hombres y mujeres jóvenes ayudar en la cosecha. Algunos partían hacia el norte, a Idaho, para la recogida de la remolacha azucarera. Otros se iban a Wyoming recoger patatas. Algunos se dirigían a Tent City, en Provo, para recoger melocotones y peras y al término de la estación volvían luciendo zapatos florsheim nuevos. Otros regresaban con los mismos zapatos que habían dejado y juraban no volver nunca más a ese lugar. Decían que les habían disparado. Escupido. Negado la entrada a un restaurante local. A un cine. A la tienda de ultramarinos. Decían que los letreros de los escaparates eran todos iguales allí donde iban. PROHIBIDA LA ENTRADA A JAPONESES. La vida era más sencilla, decían, en esta parte de la alambrada.
LOS ZAPATOS eran mocasines oxford negros. De hombre, número 42 extra estrechos. Los sacó de su maleta, los acarició con las manos y apretó los dedos en las suaves depresiones ovaladas que quedaban detrás de los dedos gordos de su padre. Luego cerró los ojos y olfateó las yemas de sus dedos.
Aquella noche no olían a nada.
La semana anterior habían olido a su padre, pero aquella noche el olor había desaparecido.
Limpió el cuero con su manga y guardó los zapatos en la maleta. Estaba oscuro en el exterior y las ventanas de los barracones mostraban las luces encendidas y figuras que se movían entre las cortinas. Se preguntaba qué estaría haciendo su padre. Preparándose para ir a acostarse, tal vez. Lavándose la cara. O cepillándose los dientes. ¿Tendrían cepillo de dientes en Lordsburg? No lo sabía. Tendría que escribirle y preguntárselo. Se echó en su camastro y tiró de las sábanas. Pudo oír a su madre roncando suavemente en la oscuridad, y a un coyote solitario en las colinas del sur, aullando a la luna. Se preguntaba si se podía ver la misma luna en Lordsburg, o en Londres, o incluso en China, donde todos los hombres lucían zapatillas negras. Y pensó que sí que se podía, según las nubes. "



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