La tarde azul (fragmento)William Boyd
La tarde azul (fragmento)

"Hasta donde él podía recordar, el día del primer asesinato, el doctor Salvador Carriscant —el más célebre cirujano de Filipinas— sufría un ligero dolor de cabeza y al salir de su casa decidió ir al trabajo andando, como solía hacer en ocasiones. Nadie que tuviera alguna importancia o autoestima, incluso el más mínimo amor propio, caminaba por Manila en aquellos tiempos, pero el doctor Carriscant disfrutaba del corto paseo desde su hermosa casa en la calle de la Victoria hasta el hospital de San Jerónimo, no solo por la agradable sensación de compañerismo libertario que le producía sino también porque el interludio le permitía calmarse, olvidar las irritaciones y frustraciones de su vida doméstica y aclarar su mente para el estimulante pero complicado día de trabajo que le esperaba en las salas quirúrgicas.
El hospital de San Jerónimo de Manila era un edificio relativamente reciente, ya que había sido terminado en 1878 y renovado veinte años más tarde cuando se instaló la luz eléctrica. Estaba diseñado siguiendo en cierto modo el modelo del Palazzo Salimberri de Siena, según le había informado a Carriscant un anciano miembro de la junta directiva del hospital, y en realidad la fachada que daba a la calle tenía cierta semejanza con un tosco edificio del cuatrocientos, hecho con ladrillos de adobe bien cortados, con un sencillo tejado a cuatro aguas de tejas de terracota, medio cubierto de helechos, musgo y otras plantas. Había un portal alto en arco con pesadas puertas de madera y una hilera de pequeñas ventanas cuadradas en la parte superior, que le daban un carácter sólido e inaccesible, como si pudiera ser necesario defenderlo en tiempos de insurrección o pudiera tener que hacer las veces de prisión. Dentro, sin embargo, había un ancho patio pavimentado con un claustro de arcos en tres lados y detrás del mismo se encontraba un maduro jardín botánico amurallado y entrecruzado por senderos de grava. Varias consultas de los médicos, despachos administrativos y el dispensario daban a las arcadas del claustro, pero los dos quirófanos que había estaban en dos alas achaparradas que se proyectaban al este y al oeste, a ambos lados del jardín, casi como si se les hubiera ocurrido añadirlas después. El quirófano del doctor Carriscant estaba en el ala este. El director médico del hospital de San Jerónimo, el doctor Isidro Cruz, ejercía su arte en el ala oeste.
El diseño del San Jerónimo era sencillo y, siempre y cuando el número de pacientes no creciera demasiado rápido, como había ocurrido cuando estallaron las epidemias de cólera y viruela, era bastante eficaz. Los pacientes visitaban primero a los médicos de la planta baja, los cuales, en caso necesario, los remitían a los cirujanos. Los cuidados postoperatorios se realizaban en las salas que ocupaban el piso de arriba. La única desventaja era que no había laboratorios ni salas de disección y que el depósito de cadáveres era más bien pequeño. En consecuencia, cualquier trabajo anatómico o experimental tenía que llevarse a cabo en el hospital de San Lázaro o en establecimientos privados. La reputación del San Jerónimo había sido alta, casi desde su inicio, debido a la famosa destreza del doctor Cruz (quien había realizado más de tres docenas de amputaciones un día de 1882), pero había aumentado en los últimos años, con el regreso de Salvador Carriscant de Escocia en 1897 y la introducción del listerismo y de los más recientes métodos quirúrgicos, por el notable índice de éxitos que estas innovaciones habían producido. La junta del hospital había aumentado su sueldo inicial cuatro veces y le había concedido el título honorífico de cirujano jefe, medida contra la que el doctor Cruz había protestado pública y vehementemente y que había sellado y, por así decirlo, formalizado la animosidad personal existente entre ambos médicos. En público los dos hombres mantenían un aire de cortés y profesional reserva, pero todo el mundo sabía que el doctor Cruz detestaba al doctor Carriscant y todo lo que este representaba en el terreno médico. Los sentimientos eran recíprocos: para Cruz, Carriscant era un obseso seguidor de la última moda y un descuidado experimentador; para Carriscant, Cruz era una mezcla de matasanos antediluviano y un siniestro artista de circo. "



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