Noche de fuego (fragmento)Colin Thubron
Noche de fuego (fragmento)

"La profesora de ciencias lo había descrito como la puerta de acceso a otro mundo, pero luego lo había dejado de lado para concentrarse en las leyes del movimiento rectilíneo. Stephanie no tenía ni idea de cómo usarlo, pero en la pared de al lado colgaban unas borrosas instrucciones. Había un libro que enseñaba insectos y flores aumentados, con una cita de Victor Hugo escrita a mano por la profesora: «El microscopio empieza donde el telescopio termina. Una nebulosa es un hormiguero de estrellas». Ella estaba atenta por si oía pasos en el pasillo de fuera, pero no oyó nada. Casi todo el mundo estaba en el comedor. Indecisa, cogió un trozo de lechuga de su fiambrera y lo colocó en la platina. Al principio, cuando pegó el ojo al ocular sólo vio la luna blanca de la apertura más abajo. Las líneas que veía oscilar allí no eran diferentes a las que veía temblar bajo sus párpados cuando el sol la deslumbraba. Poco a poco, vacilando, empezó a girar el objetivo. Ella esperaba ver desplegarse un abanico de frágiles venas verdes, pero descubrió atónita lo que podría haber sido el boceto a lápiz de un árbol inmenso: un matorral incoloro de ramas entrelazadas, intrincadas y extrañas. Seguidamente probó con el azúcar, luego con la sal. Salió el sol e inundó la mesa del laboratorio mientras enfocaba los cristales de azúcar, que se iluminaron como icebergs dispersos, cada uno diferente. Cuando el sol se puso, se transformaron en metal opaco, mientras que los granos de sal brillaban como cubos casi uniformes, cada uno con un marco negro, como diminutos televisores con las pantallas blancas.
Cada vez que examinaba en el microscopio algún trozo de comida, hacía descubrimientos sorprendentes. Paradójicamente, eso la reconfortaba. Su propia saliva se parecía al mapa de una ciudad, con sus avenidas y callejuelas. La piel de una manzana se transformaba en una explosión de frondosas flores de color azul turquesa. La sangre que hizo brotar de su pulgar era como un collar roto anaranjado. Incluso un sencillo hilo de algodón que cortó de su blusa se fragmentaba formando una enmarañada vid.
Terminó de comer con calma, inmersa en el silencio del laboratorio, preguntándose qué era exactamente lo que estaba comiendo. A la hora de explicar las partículas elementales, la profesora de biología les había enseñado que toda materia estaba en movimiento: la inmovilidad era una ilusión. A Stephanie le parecía que todo era intercambiable y podía transformarse en otra cosa: espolvoreando azúcar uno podía producir un témpano de hielo. Cuando vio una hormiga correteando por encima de la mesa, se sorprendió apretándola entre sus dedos. Bajo la lente la hormiga parecía estar blindada con una especie de capa de bronce pulido. Pudo distinguir la maraña de piernas aplastadas y la cabeza curva.
Por la tarde, al salir del colegio y dirigirse a la parada del autobús, la solidez de las paredes de ladrillos y de las calles asfaltadas le pareció engañosa, pues en realidad en su interior se agitaba una bulliciosa vida. Pensó que si se concentraba lo suficiente en algo (un pétalo caído, por ejemplo, o un adoquín) sería capaz de penetrar en ese otro universo microscópico, el universo real, los elementos sobre los que se cimentaba la ilusión del día a día.
Luego vino Sally, ansiosa por hablarle de la camada que había tenido su collie y por preguntarle si querría un cachorro. Su padre no se lo permitiría, dijo Stephanie, y se dio cuenta con inconfesable tristeza de que su amiga nunca llegaría a entenderla. "



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