Revoluciones (fragmento)Jean-Marie Gustave Le Clézio
Revoluciones (fragmento)

"Jean no esperaba piedra más simple y más bella para Jean Eudes y Marie Anne. Esa gran losa negra sobre la tierra, iluminada por la luz del sol, con el viento demar que estremecía el follaje de los árboles alrededor. Como si no hubiera nadie antes de ellos, nadie después de ellos. Era una impresión misteriosa y simple a la vez. Aquí, bajo esta losa y en ningún otro lugar, sobrevivía el sueño Rozilis.
El muchacho se había sentado en una tumba rococó. Espera una moneda. Se impacientaba.
Mariam se unió a Jean. De pie al lado de él, lo tenía de la mano. Él sentía el calor de su cuerpo, el olor suave de su pelo que alejaba todos los miasmas. Al volver sobre sus pasos, vieron el circo mágico de las montañas por encima de la ciudad, el Corps de Garde, la montaña de los Signaux, muy negra con su acantilado semejante a un frente, al fondo del Port con la Fenêtre, la pendiente seca donde Ratsitatane miró el horizonte antes de morir. A lo lejos, los picos, el Pouce, el Pieter Both, semejantes a dibujos en un libro de cuentos de hadas.
Antes de dejar el cementerio, miraron hacia atrás el océano de un azul profundo, que formaba una muralla infranqueable sobre el horizonte, sin un barco, sin una vela.
Esa noche, en el pequeño cuarto blanqueado a la cal donde el viento agitaba el tul, Jean y Mariam hicieron el amor muy suavemente, durante mucho tiempo, hasta llegar a ese punto, ese estremecimiento luminoso que nadie puede explicar, que los seres vivos a veces alcanzan, y que sella su futuro. Más tarde, mucho después, Mariam dirá que fue el momento en que nació Jemima-Jim, el instante en que todo empezó, cuando apareció un rostro nuevo en la corriente de la historia de ellos.
Al salir del cementerio de Cassis, Jean y Mariam pasaron en autobús por la nueva zona industrial de Coromandel e inmediatamente después, delante del cruce de Ebène. Jean miró el estrecho camino que se adentra en las cañas maduras, hacia el barranco. Marian estaba cansada por el sol y el viento del mar. Apoyó su cabeza sobre el hombro de Jean, durmiéndose tranquilamente entre los baches del camino. Estaba anocheciendo. "



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