La península de las casas vacías (fragmento)David Uclés
La península de las casas vacías (fragmento)

"Tras salvar un par de ribazos y desandar el camino del caz, se adentró en la cuarta terraza, reservada para la siembra de verano, donde entonces crecían altos los jaramagos, las collejas y las ortigas. Estas últimas las acariciaba a su paso y no le picaban porque aguantaba la respiración al tocarlas. No tenía una explicación científica, como tampoco la tenía que otro vecino del pueblo, Tomás, hubiera caminado por encima de las aguas del pantano del río Guadalentín con el mismo truco, reteniendo el aire en los pulmones. En Iberia, país al que pertenecía Jándula, con voluntad, paciencia y algo de fe, en ocasiones la lógica se invertía al capricho de sus habitantes. Quizás por eso no debería asombrarnos que en el bancal por el que Odisto paseaba descansaran a la intemperie los instrumentos de un cuarteto de cuerda.
Pertenecían a Ceferino, el director de la orquesta del pueblo. Un par de años atrás, el músico los había tallado en los tocones de unos álamos muertos. Y por eso mismo, al seguir unido el instrumento al árbol, pues nunca lo entallaba tanto como para que se desprendiera del tronco, la melodía se extendía hacia las raíces y, desde allí, hacía vibrar toda la tierra alrededor. En los días festivos, el pueblo se sentaba en los bancales colindantes y sentía la música retumbar en sus propias carnes: pasodobles, coplas, zarzuelas de Barbieri y suites de Falla y Albéniz. Dejaron de hacerlo porque tantas pisadas echaban a perder las cosechas. También Ceferino había descuidado los instrumentos: a la viola le brotaban ahora gurumelos, y a la voluta del violonchelo, una mata de perejil negro. A Odisto le habría gustado oír una canción esa noche de parto. A lo lejos ya distinguía su cortijo, cuya entrada principal lucía repleta de velas. Pronto la abrirían y sabría si hubo milagro o si el niño se quedó en abono para la tierra y había que llevarlo al pozo de San Vicente. "



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