Mientras los demás bailan (fragmento)Ángela Vallvey
Mientras los demás bailan (fragmento)

"Melchora era de carácter animoso, pero después de lo que había sucedido con Jaime, y desde que abandonó el palacete en el cual había trabajado durante los dos últimos años, llevaba varios meses sin sentirse bien. Naturalmente, lo de que había dejado el trabajo «por motivos familiares» era una mentira tan grande como el palacio del engreído e impasible, aunque adorado, señor Jaime Quijano. Melchora no se había ido: el propio Jaime la había echado a la calle. Sin embargo, reconocía que la nota, gracias a la cual no tardó en encontrar un nuevo empleo, era correcta e incluso estaba presidida por cierta dosis de bondad, seguramente debido a los remordimientos de su antiguo señor y a que este era más que consciente de la importancia que una recomendación tenía para alguien como Melchora: una pobre chica de veinte años que llevaba algo más de dos en Madrid, a donde había llegado procedente de su noble y viejo pueblo de Extremadura buscando un trabajo que le impidiera pasar hambre. La fría noche de invierno marchitaba sus últimas luces por las calles de Madrid, y Melchora, una vez finalizada la jornada y recluida en su cuarto hasta que amaneciese, se frotó los pies con loción Pedicalor y esperó a que la fórmula hiciese el efecto que prometía. Las plantas subieron de temperatura, en unos momentos confortadas por una especie de fiebre transitoria, pero no tardó en volver a sentirlas congeladas. Y eso que el piso de los señores De la Vera en realidad era una casa bastante confortable. Melchora le temía mucho al frío; en su pueblo no se daban las temperaturas de Madrid y, por lo tanto, no estaba acostumbrada. Se recogió el pelo oscuro y rizado en una trenza y se dijo que un día tenía que plantearse seriamente cortárselo por encima de los hombros y peinarse a la moda, como hacían las mujeres madrileñas. "


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