La langosta y el pájaro (fragmento) "Decidimos escaparnos justo antes del atardecer. No lo habíamos pensado de antemano; lo que nos hizo marcharnos fue la idea de pasar otra noche en la cama sin que mamá durmiera entre nosotros, con una mano extendida para tocar a cada niño. Esperamos en el porche hasta que la mujer de papá dejó un plato de lentejas junto al horno de piedra. En cuanto desapareció dentro para amasar la masa, mi hermano cogió el plato de lentejas y vertió el contenido en su chilaba, jadeando por el calor. Después corrimos descalzos por el mismo camino por el que habíamos venido, sobre las piedras marrones y rojas, sobre la escasa vegetación, sin detenernos nunca a preocuparnos por las espinas o las lentejas que ardían. Seguimos corriendo, no de la mano, como solía enseñarnos mi madre. «Prométeme que no dejarás que nadie te separe las manos, ni siquiera los ángeles», decía. Ni siquiera me detuve cuando divisé, entre las rocas, un arbusto con un tomate del color de las anémonas. Sólo cuando vimos las higueras y el gran estanque, aminoramos el paso y empezamos a relajarnos. Cuando vimos una roca gris llamada camello (porque se parecía a uno), supimos que íbamos de camino a casa. Las espinas se me metían por el vestido, me pinchaban la piel y me dolían como picaduras de avispa, pero yo tenía tantas ganas de ver a mi madre y comerme algunas de esas lentejas que corrí aún más rápido, como si me estuviera tragando la tierra misma. " epdlp.com |