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Caravana para cuervos (fragmento) "Todorov molesto, pues conocía bien a su tía Tinka y sabía que detrás de su pregunta, «Nikolaycho, ¿eres tú?», se escondía algo más: una indirecta sobre el tiempo imperdonablemente largo que llevaban sin verse. Era como si hubieran envejecido por separado, cuando no debería haber sido así. Y puesto que llevaban tanto tiempo sin estar juntos, a esas alturas casi ni se reconocían. Todorov sabía que para la tía Tinka la culpa de todo la tenía él, y eso le molestaba. La anciana hizo caso omiso a su respuesta, porque lo había agarrado resueltamente del brazo y lo arrastraba como a un niño hacia la sombra del castaño más cercano. Era evidente que quería seguir en compañía de Todorov, quien, incluso antes de que empezaran a hablar, ya estaba aburrido y nervioso. Mientras lo acomodaba bajo el castaño, la mujer observaba con el rabillo del ojo a su Nikolaycho, al que había criado. Le pareció que seguía igual de paliducho y enfermizo que siempre, y no encontró nada alegre en él. —Tú también has envejecido un poco, Nikolaycho, ¡mírate el pelo! —empezó diciendo con su lenta voz de anciana, exagerada hasta la extenuación—. Ya tienes cuarenta y seis, ¿verdad? Eres un año menor que mi Lili, pero tu madre y yo decidimos matricularte en el colegio a la vez que a ella, un año antes del que te tocaba, para que no os separaseis… Todorov dejó de escuchar. Se sabía de memoria todo el repertorio de la tía Tinka: una breve retrospectiva de su vida en común, unas palabras sobre sus padres, el énfasis recaería en su frustrada vida familiar, antes de pasar a compararla con la vida de Lili y los nietos… «¡En esta ciudad no puedes ni morirte ni vivir en paz!», pensó Todorov mirando a la anciana, que le pareció que había encogido a una tercera parte de como la recordaba de niño. Todo lo que quedaba de la exuberante melena rizada, que llenaba cada estancia a la que entraba la tía Tinka, era un puñado de telarañas blancas que apenas se sujetaban sobre su cráneo. " epdlp.com |