Cinco semanas en globo (fragmento)Jules Verne
Cinco semanas en globo (fragmento)

"Hacia las ocho de la tarde, el Victoria había avanzado más de doscientas millas en dirección oeste, y los viajeros fueron entonces testigos de un magnífico espectáculo.
Algunos rayos de luna, abriéndose paso por una hendidura de las nubes y deslizándose entre las gotas de lluvia, bañaban las cordilleras del Hombori. Nada más extraño que aquellas crestas de apariencia basáltica. que se perfilaban formando fantásticas siluetas en el sombrío cielo. Parecían las ruinas legendarias de una inmensa ciudad de la Edad Media y recordaban los bancos de hielo de los mares glaciales, tal como en las noches oscu­ras se presentan a la mirada atónita.
He aquí una ciudad de Los Misterios de Udolfo dijo el doctor; Ann Radcllff no hubiera acertado a describir estas montañas con un aspecto más imponente.
No me gustaría respondió Joe pasear solo du­rante la noche por este país de fantasmas. Si no pesase tanto, me llevaría todo este paisaje a Escocia. Quedaría muy bien en las márgenes del lago Lomond y atraería a muchos turistas.
Nuestro globo no es lo bastante grande para satis­facer tu capricho. Pero, me parece que nuestra dirección varía. ¡Bueno! Los duendes de estos lugares son muy amables; nos envían un vientecillo del sureste que nos pondrá de nuevo en el buen camino.
En efecto, el Victoria se dirigía más al norte, y el día 20 por la mañana pasaba por encima de una inextricable red de canales, torrentes y ríos, que constituían la encru­cijada completa de los afluentes del Níger. Algunos de aquellos canales, cubiertos de una hierba espesa, pare­cían feraces praderas. Allí encontró el doctor la ruta de Barth, cuando éste embarcó para bajar por el río hasta Tombuctú. El Níger, de unas ochocientas toesas de an­cho, corría allí entre dos orillas cubiertas de crucíferas y tamarindos. Grupos de gacelas triscadoras confundían sus retorcidos cuernos con las altas hierbas, desde las cuales el caimán las acechaba silencioso.
Largas recuas de asnos y camellos, cargados de mer­cancías de Yenné, se adentraban en las frondosas arbole­das; al poco, en una revuelta del río apareció un anfitea­tro de casas bajas, en cuyas azoteas y techos estaba acumulado todo el heno recogido en las comarcas cir­cundantes.
He aquí Kabar exclamó el doctor con alegría. Es el puerto de Tombuctú; la ciudad se encuentra apenas a cinco millas de aquí.
¿Está, pues, satisfecho, señor? preguntó Joe.
Encantado, muchacho.
Bueno, la cosa marcha.
En efecto, dos horas después la reina del desierto, la misteriosa Tombuctú, que tuvo, como Atenas y Roma, sus escuelas de sabios y sus cátedras de filosofía, se des­plegó bajo las miradas de los viajeros. "



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