Un puñado de flechas (fragmento)María Gainza
Un puñado de flechas (fragmento)

"Era el verano de 2008 cuando Francis Ford Coppola llegó a la Argentina. Venía a filmar una película; hacía muchos años que no filmaba nada. Unos meses antes había comprado una casa en Buenos Aires con el fin de instalarse durante una temporada y conocer la ciudad, también tenía un asunto de viñedos en Mendoza y quería estar a tiro de avión. Dentro del equipo de rodaje que se armó acá, había un asistente de arte que apenas leyó el guion empezó a alardear; decía que su mejor amigo era la reencarnación de Tetro, el protagonista bohemio y maldito de la película que iban a rodar. El rumor no tardó en llegar a oídos de Coppola.
Como todo artista que necesita estímulo, el director quiso conocer de inmediato al alter ego de su personaje. Ese amigo reencarnado era, casualmente, mi marido, y una noche calurosa de diciembre fuimos los tres –él, mi hija de tres meses y yo– a conocer al monstruo sagrado. Yo no estaba invitada por mis encantos, sino porque hablaba inglés, y mi hija, bueno, no teníamos con quién dejarla.
Coppola vivía en el barrio de Palermo Viejo, en una antigua casa reciclada pintada de rojo que parecía al cuidado de dos jardineros en pugna: el patio delantero seguía el estilo jardín-abandonado-con-limonero-mustio, típico de los caserones de la zona, y el patio trasero, al que se accedía por un pasillo embaldosado con un damero blanco y negro, pertenecía al estilo escenografía-falsa-de-villa-italiana-con-geranios. Sorteando las macetas de terracota, subías por una escalera de hierro a un estudio, un lugar limpio y bien iluminado, el cuarto propio, un búnker vidriado donde Coppola escribía, pensaba y armaba unos porros del tamaño de morcillas."



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