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Volar muy lejos, permanecer muy cerca "Yo fui una niña mujer y ahora soy una mujer niña. Cuando debía jugar a las muñecas ya sostenía niños de verdad en brazos y me perdí el asombro de descubrir que la vida es un infinito modo de caminar. Ahora que debería sentir los brazos cansados, como me nacieron alas, ando volando por encima del mundo que me fue negado y desde el aire puedo ver los atajos que, ahora sé, llevan al mismo lugar. A los cincuenta me nacieron alas. Dejaron de pesarme los senos y los pensamientos que cargaba desde niña. A las alas les enseñé a volar desde mi mente que había volado siempre, y comprobé desde el aire que mientras yo anduve dormida tantos años alguien trabajaba afanosamente recogiendo plumas para hacer esas alas. Tuve suerte de que cuando estuvieron hechas me encontraron despierta en el reparto. Podría haberme emborrachado de ansiolíticos potentes o de vodka barato. Podría haberme enganchado a la coca, a las telenovelas o al chocolate. Podría haberme hecho adicta a tus ausencias a tu malquerer, a tu dolor, a tu lista de contraindicaciones, pero preferí averiguar qué eran los dos bultos que me nacían en la espalda y echarme a volar. Este empeño mío de nacer cada mañana, me costará caro. El mundo no soporta, así como así, que alguien se resista a unirse a los adultos, a los que saben más, a los que dirigen mejor, a los que “crecen”, a los que medran, a los que pueden. No soporta a alguien que se resista a esa especie de muerte que ellos llaman vida. No necesito un hijo que me quiera, ni que sea feliz, ni hermoso, ni que triunfe y me sonría, ni un hijo que me cuide, me proteja, me tutele. Necesito, simplemente, un hijo que me sobreviva y al que poder amar hasta el final. Si me faltara, ¿qué haría yo con tanto amor como me crece para él cada mañana? Yo, que siempre bailo con la más fea, que arrimo el ascua a la sardina del que nunca pesca y que salgo a la calle con un libro de poemas en la mano por si se hace de noche, por si levanta el cierzo, por si se pone a tiro el tirano de turno y tengo que hacerme ver (yo, la invisible), me ando preguntando últimamente quién dice ser el dueño de esta barraca en la que nos subieron porque quiero que sepa que tengo libre acceso a una voluntad libertaria y a una idea fatal: la de que aquí cabemos todos. Mi abuelo no salió de su pueblo. El pueblo tenía cuatro casas, cuatro calles, cuatro caminos, cuatro vecinos, cuatro perros. No había en él ni obispos, ni ministros, ni putas, ni altos cargos, no había empresas, ni banca, ni iglesia había. En realidad no salió nunca de su molino. Ya es casualidad que por aquel lugar, remoto y olvidado, acertara a pasar la vida. Mi abuelo hablaba poco, pero sabía mucho, todo lo aprendió mirando la muela que, implacable, con el mismo eterno movimiento, machacaba siempre el grano, hasta hacerlo polvo." epdlp.com |