Veronica (fragmento)Mary Gaitskill
Veronica (fragmento)

"Cada día ­a la mujer alemana causaba aquella reacción al entrar, se comía sus cereales, hacía cola como todos frente al lavabo y a veces se uní­a a nosotros para fumar junto al estéreo. Si entraba en la cocina llevando un libro: ¿Qué estaba leyendo? ¿En serio?
¿Y qué le parecía? La alemana respondí­a con aire pensativo y amable, pero también un poco envarado, como si intentara aprobar un examen.
Yo seguía sin entenderlo. No me parecía preciosa y no me importaba que hubiera sido modelo. Probablemente resulte difícil de creer. Ahora todo el mundo sabe que las modelos son importantes. Todo el mundo sabe exactamente lo que es la belleza. Cuesta de imaginar que una jovencita no reconociera como preciosa a una antigua modelo de rasgos perfectos. No es que no me importara la belleza. Me gustaba la belleza como a cualquiera, pero tenía mis propias ideas acerca de qué era.
Aquella mujer no me parecía nada especial. Ahora la miraría igual que lo hacían­ los demás. Pero por entonces yo era la única persona de la casa que no reaccionaba ante su aparición. Las pocas veces que nos quedábamos solas en la cocina hablábamos de temas sin importancia, y no creía que ella me prestara más atención de la que yo le prestaba a ella.
Me fui del albergue al cabo de una semana. Me mudé a una pensión con un novio mayor que se ganaba la vida repartiendo folletos publicitarios por la calle. Un dí­a de otoño estaba yo caminando por la calle, sin hacer nada, cuando de repente apareció la mujer alemana... totalmente de sopetón, como si acabara de saltar desde detrás de una esquina.
[...]
Debí­amos de tener un aspecto extraño juntas. Yo era alta, pero ella lo era más, y sus tacones la hacían todavía más alta. Su vestido de color burdeos era de seda y sencillo, y resaltaba de forma agradable las cualidades afiladas y angulosas de su cuerpo.
Llevaba unos pendientes brillantes y sombra de ojos, pintalabios y esmalte de uñas. Hacía calor y se le veía un poco de humedad debajo de las axilas, pese a lo cual tenía ­a un aspecto seco y flamante. Yo llevaba zapatillas deportivas, vaqueros y una camiseta, sin sujetador debajo. Mi pelo estaba descuidado y no llevaba maquillaje. Ni me poní­a desodorante ni me bañaba a menudo. Es posible que hasta oliera. Ella no parecía ser consciente de nada de eso.
Me llevó a un sitio muy sofisticado y caro con mesitas blancas resguardadas por sombrillas a rayas verdes y blancas. Un año más tarde yo ya habrí­a aprendido lo bastante como para sentirme incómoda en un sitio así ­ y con aquella pinta. Pero en aquel momento solo me sentía perpleja. No necesitábamos ir a un sitio como aquel para tomar un helado."



El Poder de la Palabra
epdlp.com