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La amargura de la derrota (fragmento) "El triunfo de los aliados no significó el fin de ese «inmenso campo de concentración» y las esperanzas de los republicanos quedaron hechas añicos. Fuera de España, los que vivían en el exilio, empezaban ya a encontrarse de verdad fuera, lejos del curso de la historia. Pensaran lo que pensaran, la Dictadura seguiría su propio rumbo. Y ésa es, seguramente, la mayor desolación del exiliado: la impotencia. Para alguien, como el general Rojo, que había vivido los años de la guerra en el centro de la vorágine, la incapacidad de poder influir en los destinos de su país lo destrozó. La mayor amargura fue, sin embargo, encontrar en Buenos Aires que los viejos partidismos que habían influido de manera tan negativa en las filas republicanas se reproducían con exactitud. Como consideraba que sólo la unidad podía garantizar el buen gobierno de España, si es que Franco caía, y esa unidad resultaba cada vez más quimérica (seguía sin haber sintonía entre socialistas, comunistas, anarquistas, nacionalistas...), Rojo decidió abandonar toda nostalgia, todo afán de liderazgo. Lo primero que hizo fue poner tierra por medio. No le convenía el ambiente enfermo, con todos sus conflictos, del exilio republicano en Buenos Aires. Así que se fue a Bolivia, donde había encontrado trabajo en la Escuela Militar de Cochabamba. Allí se sumergió, convirtiéndose en uno más, y allí trabajó como un poseso hasta que en 1956 los médicos le advirtieron que su salud era muy mala. Que debía buscar climas más benignos. Fue entonces cuando el general Rojo decidió volver a España. En un Consejo de ministros que Franco presidía y que se celebró a comienzos de 1957, el Régimen autorizó que se le facilitaran los papeles para su regreso. En Cochabamba lo despidieron con todos los honores (ya le habían dado las más importantes condecoraciones que concede el país andino) y todavía pasó por Buenos Aires antes de subir al barco que lo iba a devolver a su patria. Poco después de que llegara lo juzgaron por «rebelión militar». La acusación finalmente se redujo a la de «apoyo a la rebelión militar» (¡qué inmensa paradoja la de que los militares leales fueran acusados de rebelión por los que habían dado un golpe de Estado contra la República!) y la condena fue de treinta años." epdlp.com |