Montaña adentro (fragmento)Marta Brunet
Montaña adentro (fragmento)

"El camino polvoriento, blanco de luna, tenía a cada lado una barrera de palos, troncos de árboles enterrados uno junto a otro, grises, negros, estriados. Dejando atrás el trigal, bajaron dos quebradas atravesando dos veces el Quillen, que se complace en serpentear por los potreros entrebolados. Los grupos de árboles formaban macizos obscuros sobre la alfombra muelle y bienoliente, y en el perfil de las lomas, los robles, maitenes y raulíes tomaban aspectos fantásticos de animales prehistóricos, enormes y aterrorizantes. En la paz de la noche el reclamo de un toro en el monte se enroscaba frenético y obstinado al silencio. Una fogata encendió su haz de llamas en la lejanía: porque allí había algo que remedaba grotescamente el hogar, los hombres apresuraron el paso. Una última repechada y llegaban. (...) La vieja se alejó presurosa. Cata mojó su pañuelo y suavemente empezó a lavar la cara miserable. Pero la paja absorbía toda el agua y pronto la chupalla empapada no contuvo una gota. Entonces la mujer se acurrucó en el suelo, incorporando la cabeza, que recostó en su regazo. ¿Qué podía hacer? Miraba obstinada el espejear del sol en los vidrios del chalet de los patrones. Algo muy obscuro se aclaraba para ella en su interior: la simpatía que sintiera primero por aquel mozo que la cortejaba respetuosamente, el agradecimiento por los cuidados que prestara al niño durante los angustiosos días que estuviera enfermo y la piedad que esponjaba sus entrañas a la vista del pobre cuerpo flagelado se fundían en un solo sentimiento vago y dulcísimo que trajo lágrimas a sus ojos, haciéndola acariciar con dedos trémulos los párpados violáceos. Creyó que se estremecían. No. Nada. Seguía el hombre como muerto. Volvió ella a su obstinado mirar los vidrios relampagueantes. "


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