El solterón (fragmento)Adalbert Stifter
El solterón (fragmento)

"Casi con recelo siguió el camino descendente que le había indicado el muchacho. Las montañas se sumergían paulatinamente en el bosque, los árboles volvían a acogerle. A su izquierda podía ir contemplando —tal como el muchacho le había anunciado— el agua entre las ramas más bajas. Al igual que a la subida había creído que la montaña no tendría fin, así caminó cuesta abajo sin parar y con parsimonia. El lago, a su izquierda, le contemplaba tentador como si lo incitara a que sumergiera su mano en él, pero nunca dejara que alcanzase su superficie.
Finalmente dejó atrás el último de los árboles y se encontró en el lugar donde el lago se retiraba y el agua se lanzaba valle abajo a través de un arrecife perpendicular a la ladera, que mostraba un borde de apenas un palmo de ancho que habría resultado perfecto para trazar un camino para excursionistas. Víctor creía hallarse a cien millas de distancia por lo menos de Attmaning, tanta era la soledad en que se encontraba. En aquel lugar no había nada; solo él y el agua, que se derramaba rugiendo en dirección a Attmaning.
A su espalda se hallaba el verde y silencioso bosque y, delante, la cambiante llanura, cercada por un bosque azulado que parecía prolongarse profundamente en la humedad. La única obra debida a la mano del hombre era el sendero trazado sobre el terreno y los pasos de metal alzados sobre la superficie del lago, por los que habría de caminar. Avanzó lentamente por el sendero y el perro, mudo y tembloroso, fue tras él. Más allá, junto a unas rocas, había una zona de césped. Pronto pudo reconocer el lugar del que le hablara el muchacho: pudo ver una cantidad considerable de piedras caídas en desorden alrededor de la orilla y sumergiéndose en el lago. Víctor dedujo que probablemente ello era debido a que se había producido algún tipo de desprendimiento en la montaña. Giró entonces por un agudo recodo de la montaña e inmediatamente se encontró a las puertas de Hul; no eran más que cinco o seis grises chozas que se encontraban a cierta distancia de las orillas del lago, rodeadas de árboles. También el lago, que había permanecido oculto a su vista por las últimas estribaciones de la montaña, se prolongaba aquí, abismado por todas las cumbres y vertientes que él había divisado antes desde el collado. Para Víctor aquel era un mundo extraño y completamente nuevo al que tendría que habituarse. "



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