La guerra (fragmento)Octave Mirbeau
La guerra (fragmento)

"Jamás había abierto un libro ; jamás me había detenido un instante ante esos signos de interrogación que son las cosas y los seres. No sabía nada. Y he aquí que, de pronto, la curiosidad de saber, el deseo de arrancar a la vida alguno de sus misterios me atormentaba. Quería conocer la razón humana de las religiones que embrutecen, de los gobiernos que oprimen, de las sociedades que matan ; sentía que no acabase esta guerra para poder entonces consagrarme a esos trabajos ardientes, a esos magníficos y admirables apostolados. Iba mi pensamiento hacia quizá imposibles filosofías del amor, hacia locuras de inextinguible fraternidad. Veía a todos los hombres inclinados bajo pesos aplastantes, parecidos al armado San Miguel, con los ojos llorosos, tosiendo y escupiendo sangre, y sin comprender la necesidad de las leyes superiores de la naturaleza. Una ternura infinita me subía a la garganta en comprimidos sollozos. Observé que nunca se enternece uno tanto por los demás como cuando se es desgracíado. ¿ No era de mí mismo de quien me apiadaba ? En aquella noche tan fría, tan cerca del enemigo que aparecería quizá entre las brumas de la madrugada, amando tanto a la humanidad, no era a mí solo a quien amaba y a quien hubiera querido substraer al sufrimiento ? Las tristezas del pasado, los proyectos del porvenir, aquella pasión súbita por el estudio, aquella obstinación que me llevaba a representarme más tarde, en mi cuarto de la calle Oudinot, en medio de mis libros y papeles, con los ojos encendidos por la fiebre del trabajo, ¿ no eran para separarme de las amenazas de aquellos instantes, para apartarme de las imágenes terribles — imágenes de Muerte — que sin cesar se me aparecían lívidas en medio del horror de las tinieblas?
La noche se deslizaba impenetrable. Bajo el cielo, que los cubría con un aspecto avaro y odioso, se extendían los campos, como un mar vastísimo de sombra muy lejana. Vagas blancuras de largos rastros de bruma flotaban por encima, en la altura, en lo lejano invisible, y allí donde había grupos de árboles, que parecían más negros aquella noche. Yo no me moví en mucho tiempo del lugar donde estaba sentado ; el frío entorpecía mis miembros y me cortaba los labios. Me levanté penosamente y escudriñé el bosque. Mis propios pasos sobre el suelo me asustaron ; me pareció que alguien iba siempre detrás de mí. Avanzaba con cautela, de puntillas, como si hubiera temido despertar a la tierra de su sueño ; escuchaba y trataba de ver en la obscuridad, porque no había perdido la esperanza, a pesar de todo, de que viniesen a relevarme. Ni un ruido, ni un soplo, ni un aliento, ni una sombra percibía en aquella obscuridad silenciosa. Dos veces, sin embargo, creí oir claramente un ruido de pasos, y el corazón me latió con violencía... Pero el ruido pareció alejarse, disminuirse poco a poco, cesar ; y reinó de nuevo el silencio más pesado, más terrible y más desesperado... La rama de un árbol me azotó el rostro y retrocedí con miedo. Otra vez, una elevación del terreno me produjo el efecto de un hombre que, inclinando el cuerpo, se me acercaba ; entonces cargué el fusil. La visión de un arado abandonado, cuyas manceras se dirigían al Cielo como los cuernos amenazadores de un monstruo, me cortó la respiración y me hizo caer en tierra... Tenía miedo de la sombra, del silencio, de cualquier objeto que sobrepasara la línea del horizonte y que mi imaginación exaltada animaba con un movimiento siniestro de vida. "



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