Tartarín de Tarascón (fragmento)Alphonse Daudet
Tartarín de Tarascón (fragmento)

"Mi primera visita a Tartarín de Tarascón ha quedado impresa en mi memoria como una fecha inolvidable. Hará de eso como cosa de doce a quince años, y lo recuerdo mejor que lo que hice ayer. El intrépido Tartarín habitaba en aquella época a la entrada de la ciudad, la tercera casa a mano izquierda en el camino de Avignon. Era una linda villa tarasconense, con jardín delante, balcón detrás, paredes muy blancas, y persianas verdes. Ante la puerta había unos cuantos niños saboyanos, jugando o durmiendo al sol, con la cabeza apoyada en una caja que contenía los enseres de limpiar botas. Desde fuera, esa casa no se diferenciaba en nada de las demás. Nadie podía figurarse, a juzgar por su aspecto, que era la vivienda de un hombre de gusto, al par que de un héroe; pero cuando se entraba por ella por primera vez, la sorpresa se apoderaba del espíritu y aumentaba sin cesar. De la bodega hasta el granero, todo el edificio, y en particular el jardín, ofrecía al espectador algo especialísimo. ¡Oh! ¡el jardín de Tartarín! No tenía igual en Europa. Allí no se veía un solo árbol del país, ni una sola flor francesa; todas eran plantas exóticas, árboles de goma, algodoneros, bananos, cocoteros, palmeras, cactus y otros, pudiendo hacerse cualquiera la ilusión, al entrar en aquel recinto, que se estaba en plena África y a miles de leguas de Tarascón. No hay para qué decir que aquellos árboles no eran de tamaño natural; los cocoteros no alcanzaban más altura que una planta de remolacha, y el baobab, árbol grandísimo, arbor gigantis, cabía en una maceta de las destinadas a balcón; mas, sin embargo, era cosa digna de ser admirada y constituía un motivo de orgullo para Tarascón, en donde ciertas personas de ciudad, a quienes se concedía los domingos la honra de visitar la morada de Tartarín, obsequiaban a sus amigos forasteros llevándolos a contemplar el jardín, y se volvían todos a su casa en alto grado complacidos."


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