Capitanes de la arena (fragmento)Jorge Amado
Capitanes de la arena (fragmento)

"Solamente los dos vigilantes de la policía bahiana que se lustraban las botas frente al puesto policial fueron fusilados por los cangaçeiros, pero fue antes de haber descubierto el carrusel en la plaza central. De lo contrario, quizá hasta a los vigilantes de la policía bahiana hubiera perdonado Lampiâo en esa noche de suprema felicidad para su banda de cangaçeiros. Entonces se portaron como niños, gozaron de una felicidad que antes nunca habían gozado, ni en su infancia de hijos de campesino: montar en el caballo de madera de un carrusel, mientras sonaba la música de una pianola y las luces ofrecían todos los colores: azules, verdes, amarillas, violetas y rojas, como la sangre que sale de los cuerpos de los asesinados.
Fue eso lo que le contó Nhozinho a Volta Seca (quien se quedó excitadísimo) y a Sem-Pernas en aquella tarde en que los encontró en el Porta do Mar y los invitó a que lo ayudaran con el carrusel durante los días en que estuviera armado en Bahía, en Itapagipe. No podía fijarles un salario, pero tal vez diese para que cada uno sacara unos cinco mil reis por noche. Y cuando Volta Seca mostró sus habilidades para imitar los animales más variados, Nhozinho se terminó de entusiasmar, hizo que trajeran una botella más de cerveza y declaró que Volta Seca se pararía en la puerta a llamar al público, mientras que Sem-Pernas lo ayudaría con las máquinas y se ocuparía de la pianola. Él mismo vendería las entradas cuando el carrusel se detuviera. Cuando girara, el encargado sería Volta Seca. Y cada tanto, dijo guiñando el ojo, uno sale para tomarse una cachaça mientras el otro hace el trabajo de los dos.
Volta Seca y Sem-Pernas nunca habían recibido una idea con tanto entusiasmo. Habían visto muchas veces un carrusel, pero casi siempre de lejos, rodeado de misterio, con sus rápidas cabalgaduras montadas por niños ricos y llorones. Sem-Pernas incluso había llegado alguna vez a comprarse una entrada (un cierto día en el que entró en el Parque de Diversiones armado en el Paseo Público), pero el guarda lo echó del lugar porque estaba vestido con harapos. Después el vendedor no le quiso devolver el boleto de entrada, lo que hizo que Sem-Pernas metiera las manos en el cajón de la caja registradora, que estaba abierto, se hiciese de un vuelto y tuviese que desaparecer del Paseo Público de manera muy rápida, pues pronto se oyeron en todo el parque los gritos de ¡Ladrón, ladrón! Se produjo un enorme revuelo mientras que Sem-Pernas bajaba con suma calma por la Gamboa da Cima llevando en los bolsillos por lo menos cinco veces lo que había pagado por la entrada. Pero sin dudas Sem-Pernas hubiera preferido subirse al carrusel, haber montado aquel fantástico caballo con cabeza de dragón que era por cierto lo más extraño y tentador que había para sus ojos en esa maravilla que era el carrusel. Eso lo hizo odiar aún más a los guardias y amar más aún a los carruseles lejanos. Y ahora, de repente, llegaba un hombre que le pagaba la cerveza y hacía el milagro de llamarlo para que pasara unos días junto a un verdadero carrusel, moviéndose con él, montando sus caballos, viendo de cerca cómo giraban las luces de todos los colores. Y para Sem-Pernas, Nhozinho França no era el borracho que se hallaba ante él en la pobre mesa del Porta do Mar. Ante sus ojos era un ser extraordinario, algo así como el Dios al que le rezaba Pirulito, algo así como Xangô, que era el santo de João Grande y de Querido-de-Deus. Porque ni el padre José Pedro y ni siquiera la mae-de-santo Don’Aninha serían capaces de semejante milagro. En las noches de Bahía, en una plaza de Itapagipe, las luces del carrusel girarían enloquecidas, impulsadas por Sem-Pernas. Era como en un sueño, un sueño muy diferente de los que acostumbraba tener Sem-Pernas en sus noches de angustia. Y por primera vez sintió que sus ojos se humedecían por lágrimas que no eran causadas por el dolor o la rabia. Y sus ojos húmedos miraban a Nhozinho França como a un ídolo. "



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