Tragedia española (fragmento)Thomas Kyd
Tragedia española (fragmento)

"JERÓNIMO.— ¿Eres pintor? ¿Podrías pintarme una lágrima, o una herida, un gemido o un suspiro? ¿Podrías pintarme un árbol como éste? […] Mirad, señor, veréis, quisiera que me pintarais en mi galería, con vuestros óleos de color mate, y me retrataseis como Justicia Mayor de España con cinco años menos de los que tengo. ¿Lo entendéis, señor? Dejad pasar esos cinco años, dejadlos marchar. Mi esposa Isabel estaría de pie a mi lado con una mirada expresiva hacia mi hijo Horacio, como si pudiese decir de alguna forma “Dios te bendiga, dulce hijo mío”, y mi mano se apoyaría sobre su cabeza. Así, señor, ¿lo veis? ¿Podríais hacerlo?
PINTOR.— Por supuesto, señor.
JERÓNIMO.— Por favor, os lo ruego, atendedme, señor. Después, señor, quisiera que pintaseis este árbol, este mismo árbol. ¿Podríais pintar un grito afligido?
PINTOR.— En apariencia, señor.
JERÓNIMO.— Más aún, debiera oírse, pero ¿ya para qué? Bien, señor, pintadme un joven atravesado repetidamente por espadas de rufianes colgado de este árbol. ¿Sabríais dibujar a un asesino? […] Poned a prueba vuestro arte y que sus barbas sean del mismísimo color de Judas, y sus cejas prominentes; no lo olvidéis nunca. Después, señor, tras algún ruido violento, me representaréis en camisa, con ropajes bajo el brazo, antorcha en mano y mi espada así alzada, diciendo estas palabras: “¿Qué ruido es éste? ¿Quién llama a Jerónimo?” ¿Podríais hacerlo?
PINTOR.— Claro, señor.
JERÓNIMO .— Bien, señor, después me representaréis recorriendo los senderos del jardín con expresión trastornada y con cabellos sueltos sobresaliendo del gorro de dormir. Las nubes proclamarán su tristeza, se oscurecerá la luna, se apagarán las estrellas, soplarán los vientos, redoblarán las campanas, ululará el búho, croarán los sapos, chirriarán los minutos, y el reloj anunciará la medianoche. Y por último, señor, me veréis contemplando con pavor a un hombre ahorcado, balanceándose de un lado a otro, como sólo el viento puede mover a un hombre, y cortando la soga de inmediato. Al examinarlo con la ayuda de mi antorcha, descubriré que se trata de mi hijo Horacio. Ahí debéis mostrar el delirio. Pintadme como al anciano Príamo de Troya gritando: “¡El palacio está en llamas! ¡Arde el palacio como la antorcha sobre mi cabeza!”. Que maldiga, que enloquezca, que grite, volvedme loco, traedme de nuevo a la cordura, que maldiga al infierno e invoque al cielo y, finalmente, dejadme en un trance.
PINTOR.— ¿Y éste sería el final?
JERÓNIMO.— Ay, no que no hay fin a ello; el fin no es sino muerte y locura. Nunca me siento mejor que cuando estoy loco; entonces pienso que soy un valiente, entonces soy capaz de hacer portentos, mas me engaña la razón; he ahí el tormento, he ahí el infierno. Al final, señor, traedme ante uno de los asesinos. Aunque fuese tan fuerte como Héctor, yo lo despedazaría y arrastraría a todas partes. (Llevado por el arrebato, Jerónimo se lía a golpes con el pintor. Salen). "



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