La historia de mi mujer (fragmento)Milán Füst
La historia de mi mujer (fragmento)

"Yo había acudido a él con las siguientes preguntas, por lo demás ridículas: -¿Cómo es posible que yo dé un traspié después de otro en este mundo, como si estuviese borracho? ¿Que no sepa ordenar de ninguna forma esta dichosa vida mía? Todo está mal haga lo que haga. Ni yo puedo aprobar nada de cuanto hago ni digo. ¿O hay otros a quienes les ocurre lo mismo?
El psicoanalista se rió.
-Hasta a mí me ocurre -opuso con serenidad-. ¿Y cómo habría de ser de otro modo? Este mundo no está hecho de forma que se le pueda ordenar. Obzwar ["por más que"] -añadió luego, y meditó un momentín-. Obzwar -repitió.
Era alemán el infeliz, y hacía ruido al masticar nueces, porque, según me explicó, quería quitarse el hábito de fumar.
-Hasta fumar, por si fuera poco; pero ¿qué le vamos a hacer? Si es así como se ha establecido la regla. Que al final tenga uno que renunciar a todas las costumbres a las cuales consiguió habituarse con tanta dificultad. ¿Por qué no se escapa usted? -me preguntó de repente-. Si alguien se puede dar el lujo, que Dios lo bendiga. -Comenzó a retorcerse las manos para ilustrar mi caso.
¿No era un hombre afortunado quien podía permitírselo? ¿Tenía yo una idea de lo afortunado que era? ¿De cuán privilegiada era mi situación? ¿Ser un capitán de barco, que se encuentra en condiciones de dar la espalda a toda esa miseria? ¿O era una obligación pasarse la vida entera haciendo siempre lo mismo?
¿Gimoteando por la misma mujer?
-No funciona, no funciona -dijo rígido-. Que se vayan al diablo. Todas. Encendió un cigarrillo de la ira. Y lo esencial: era al analizar mi situación que se había puesto furioso. Y eso, pese a todo, era algo muy amable de su parte.
-¿O cuántas veces quiere pasar por la misma experiencia? La cosa no funciona. ¿Cuándo va a escuchar por fin su propia voz?
Con lo cual quebrantó por completo mi resistencia. Ha de saberse que de eso se trataba, eso era lo que anidaba en mí desde que tengo memoria, y seguía ahí latente. Que yo no quería creerme a mí mismo. Porque de ¿cuántas otras maneras tenía que darme a entender mi mujer que no me quería? ¿No era suficiente lo que había demostrado hasta ese momento? ¿Y yo me seguía rompiendo la cabeza con que si me quería o no me quería? Como si hubiese tenido que probar lo más recóndito de todas aquellas amargas dudas que arrastraba conmigo desde la infancia, el hecho de no entender ni alcanzar a conocer del todo esta vida.
Y entonces le confesé que justo ese era mi plan. Que llevaba semanas dándole vueltas. Marcharme de viaje sin siquiera decírselo a nadie. Que Dios me bendiga. Y negaría hasta mi nombre, tal como se niega el nombre de quien ya no está vivo; de modo que nadie sabría si yo estaba o no en el mundo.
Y que era por eso que había ido a buscarlo. Pues quería que, antes de marcharme a Londres, alguien diese testimonio de mi existencia dado que yo no tenía a nadie. Ni tendría a nadie en el futuro porque eso era lo que quería. Y que él qué pensaba, ¿daría resultado o no?
-Es cuestión de tomar una decisión firme -me respondió el psicoanalista con toda tranquilidad. Yo, por ejemplo, si estuviera en su lugar, lo haría; y aunque me costase la vida lo haría de todas formas. 'He muerto', es como reza la verdadera determinación -afirmó el señor psicoanalista-. Pero antes de morir volví a tomar fuerzas y me marché corriendo. Recibí una pequeña moratoria, la de poder vivir todavía un poco en alguna parte, como un extraño que ha caído allí por casualidad. ¿Y no es así la verdadera vida?
-¿Y no consiste todo en eso, por lo demás? -preguntó triunfante. ¿En que uno vuelva a recibir una moratoria, y de nuevo otra? "



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