La ira y el éxtasis (fragmento)Eduardo Quiles
La ira y el éxtasis (fragmento)

"ROSA MAYO: (Su voz.) ¿Quién llama?

EULALIO: Yo.

ROSA MAYO: ¿Y quién diablos es yo?

EULALIO: Soy el admirador número uno.

ROSA MAYO: (Saliendo en bata, pálida, decrépita.) ¿Admirador de quién?

EULALIO: ¿De quién va a ser? ¡De Rosa Mayo!

ROSA MAYO: La Mayo ha muerto.

EULALIO: ¡Dios mío!

ROSA MAYO: Ahora, ahueque el ala.

EULALIO: ¿Yo?

ROSA MAYO: (Mordaz.) Usted.

EULALIO: (Mirando el clavel.) Venía a traerle un clavel rojo.

ROSA MAYO: (Abriendo la puerta que cerró.) ¿Un clavel rojo? ¿Habla en serio? No creo que aún queden hombres ofreciendo un clavel rojo por las puertas.

EULALIO: (Exhibiéndolo.) ¿Es o no es un clavel?

ROSA MAYO: Mejor debió traerle una corona mortuoria.

EULALIO: No puedo creer lo que dice.

ROSA MAYO: ¿Quién es usted?

EULALIO: ¿Es cierto que Rosa Mayo ha muerto?

ROSA MAYO: ¡Eso quisieran! Pero Rosa Mayo vive, ¡Se entera! ¿Se entera repartidor anónimo de claveles? ¡Vive!

EULALIO: ¿De veras? ¡Oh, es maravilloso. Vive. Fabuloso. Ja. Ja. Ja. Rosa… vive. Ja. Ja. Ja. (Da vueltas jubilosas.). ¡Vive! ¡Yuuuupi! (Canturrea un aria de La Bohème. Después, ruborizado, Eulalio se paraliza.) Disculpe, disculpe, pero no pude dominar mi alegría. (Recoge el sombrerito que arrojara por los aires.) ¿Dónde está Rosa Mayo?

ROSA MAYO: ¿Es que nació sin ojos, mentecato?

EULALIO: ¡Usted! ¡Usted! ¡Menuda broma! (Observándola con ansiedad.). No. Usted no puede ser Rosa. ¡Oh, sí lo sabré yo!

ROSA MAYO: ¿Ah, no?

EULALIO: No. (Pausa.) Ella es otra cosa. (Pausa.) Ella tenía unos ojos que eran auténticos faros. (Pausa.) Mire, señora, yo tengo un baúl repleto de poemas a sus ojos ¿en cuanto a su pelo… ¿Usted vio un campo de trigo a la luz de las estrellas? Pues eso, eso era el pelo de la bella Rosa. ¡Adiós! (No se mueve.) ¿Y su cuerpo? La gracia de su cuerpo era comparable al encanto de un cisne. (Pausa.) Así que déjese de cuentos chinos y… (Pausa.) ¿Y su voz? ¿Quiere saber cómo era su voz? Su timbre en la octava final era único. Fue cabecera de cartel con las más grandes tenores y bajos. Nadie la supero en el papel de Liza en La dama de Picas. ¿Y qué me dice de su Desdémona? ¿Y de su Mimí? (Pausa.) Si lo sabré yo. (Pausa.) Usted es Rosa Mayo. (Cadavérico.) Usted es … Rosa Mayo.

ROSA MAYO: ¿No será usted reportero de la revista…? No. ¿Posiblemente un corresponsal de The…?

EULALIO: Yo soy Eulalio. Eso es. Eulalio.

ROSA MAYO: Si le envían de una revista del corazón en busca de chismes, mi vida privada no está a la venta.

EULALIO: Soy un jubilado funcionario de ferrocarriles.

ROSA MAYO: ¿Funcionario de ferrocarriles? ¿Y qué tiene que ver eso con…?

EULALIO: No fue exactamente la aspiración de mi vida. (Pausa.) Nadie puede abrir los ojos al mundo con esa idea. (Pausa.) Yo también fui cantante, un cover, ya sabe, siempre a punto para sustituir a un gran nombre por si ocurría algo. En fin. (Suspira.) No tenía alma de suplente, usted lo entiende, me contrataban para no cantar, siempre a la sombre, y mi sueño era pisar un escenario. (Suspira.) Y como me gustaban los trenes, decidí ser jefe de estación aunque fuera destinado a una aldea.

ROSA MAYO: ¡Un cover! No un periodista.

EULALIO: Yo aspiraba a cantar a su lado, aunque fuera como artista invitado. (Suspira.) Una utopía, ya ve. (Pausa.) De modo que en sueños formaba cabecera de cartel con la Mayo y… Qué más da. (Pausa.) ¿Me cree? Yo era quien más aplaudía cuando surgía usted en un escenario real. (Pausa.)

ROSA MAYO: ¡Fuera de aquí!

EULALIO: ¿No recuerda al joven de las margaritas que casi siempre era apaleado por sus gorilas?

ROSA MAYO: Está agotando mis nervios.

EULALIO: Le escribía cartas de amor… Incluso le ponía conferencias a todos los grandes teatros líricos que deslumbraba con su voz. ¡Me gasté mis ahorros!

ROSA MAYO: ¿Quiere decirme de qué jaula psiquiátrica se escapó? ¿Quiere decírmelo? Adiós.

EULALIO: ¡Espere! Recordará al menos aquel verso suelto: Entre un sueño de violonchelos un hombre del ferrocarril halló a su Dulcinea.

(A Eulalio se le enreda la lengua y se dirige a la puerta; Rosa Mayo palidece, corre hacia él, obligándolo a girarse.)

ROSA MAYO: ¡Usted!

(Eulalio, cabizbajo, asiente con el mentón.)

ROSA MAYO: ¡El testarudo de las margaritas!

EULALIO: Eran las flores más económicas. Pero eso sí. La florista me vendía las más lozanas y fragantes. (Pausa.) ¿Y qué me dice de los claveles rojos? ¿Eh? Me costaba cada clavel…

ROSA MAYO: El fanático del clavel rojo.

EULALIO: ¿y de las cartas, eh? Algunas volaban con inspiración al buzón de correos.

ROSA MAYO: El caballero de las epístolas.

EULALIO: (Ronco.) Aún está bonita. "



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