Lampedusa (fragmento)Rafael Argullol
Lampedusa (fragmento)

"Africano e inquieto, el viento esparcía sordas ráfagas sobre la cubierta del barco. La noche sin luna dignificaba la blancura espumosa de las olas. Era medianoche. ninguno de los pasajeros parecía tener la menor intención de buscar melancólicos deleites a una travesía marina que conocía demasiado bien para encontrar en ella algo distinto a un rutinario mal dormir. Viajantes de comercio, pescadores o simplemente familiares que regresaban de visitar a otros familiares, se arremolinaban en los escuálidos salones destinados, a falta de camarotes, a albergar los ronquidos, los aspavientos y los poco recomendables olores que el reposar colectivo comporta. Me sentía perplejo y curioso a un tiempo al pensar en las nulas razones que explicaban mi viaje. no tenía la menor idea de cómo era Lampedusa, pero a juzgar por la escasísima información que proporcionaban -o más bien, no proporcionaban— las agencias turísticas italianas e, incluso, las sicilianas, cabía esperar que fuera un horrible islote sin posibilidad ninguna. En pleno 1979, sólo un loco podía pensar que en el centro del Mediterráneo una belleza había escapado a las garras de los viajes organizados y a todo este saqueo de las artes y las naciones que se llama turismo. La belleza no era, pues, la razón. Tampoco lo era ni la visita a unos restos de civilización, ni el clima que, aunque probablemente templado en esta época otoñal, no me preocupaba, ni la existencia de cálidas playas o abruptos acantilados que desconocía por completo. Mientras me acompañaba de la amarga dulzura del tabaco de mi pipa, pensaba indolentemente si no había sido un duende, de aquellos que aman posarse en nuestro inconsciente durante las largas noches de la pubertad, quien malicioso y divertido había señalado en el mapa de los viajes prometidos esta islita con nombre de ninfa. "


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