Burgueses y soldados (fragmento)Alfred Döblin
Burgueses y soldados (fragmento)

"La amable ciudad aceptaba muchas más cosas. En ella una joven, una criada, cumplía pacíficamente su pena en la cárcel de mujeres: la revolución no se la había quitado. Había trabajado en una fábrica de guerra y había conocido a un ingeniero; había hecho mucho para no perderlo. Primero mintió diciendo que esperaba un hijo de él-lo que a él le dejó frío-, luego se cortó la piel sobre las venas de las muñecas, lo que no le ablandó; por fin, hizo que le prestaran un niño y se lo mostró como si fuera suyo. Entonces él perdió la paciencia. El fiscal la metió por un año en prisión porque aquello era más que amor, era falsificación de identidad.
Y hoy la buena ciudad preparaba una sorpresa especialmente sarcástica para un joven matrimonio llamado Hass, que trabajaba en Schiltigheim. Por la mañana salieron y cerraron cuidadosamente los postigos de su vivienda en una planta baja. Sin embargo, cuando regresaron por la tarde de Schiltigheim, los postigos estaban abiertos, todo estaba revuelto en el interior y faltaba un montón de dinero, una gorra nueva, un par de zapatos de caballero nuevos e incluso cierto número de valiosos cinturones y botas de cuero que habían sacado el martes con esfuerzo de un almacén, y que el matrimonio consideraba un capital estable de cara al futuro cambio de moneda.
Se entiende por sí mismo que la ciudad no se mostrara duda con las damas solas. Aquel viernes por la tarde, la rolliza viuda, la acompañante del pastor, encontró lo que había buscado. Todo estaba desenfrenado, ¿por qué no iba a estarlo también ella? La tarde con el elegante caballero de la pista de baile se extendió hasta la noche. Y, al amanecer del sábado, ella pensó en su habitación de hotel si no debía empezar el nuevo día allá donde lo había dejado ayer, y visitó tras larga lucha interior a su caballero para volver a despedirse, y su mañana se extendió... pensaba, es la guerra, es la revolución, cuándo volveremos a tener guerra y revolución.
Sin embargo, por la tarde la invadió el temor de que los franceses podían llegar. Y entonces se sentó en el tren, tras una ardiente despedida del que entretanto era su jurado amigo (al fin había tenido un amigo en su vida); y cruzó el Rin, satisfecha y dichosa, otra vez con el negro velo de viuda echado para no revelar demasiado de su alegría, equipada de un alto valor y agradecida.
Al norte, el tren del hospital rodaba lentamente por el país. La locomotora aceptaca con resignación que se rierán de ella en todas las estaciones. No le importaba, el país entero pasaba por una situación de extrema angustia. Cuando llegó a los alrededores de Ludwigshafen, pudo cruzar la venerable y noble corriente del Rin, y entonces se arrastró pacíficamente, pletórico. "



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