La señora Jenny Treibel (fragmento)Theodor Fontane
La señora Jenny Treibel (fragmento)

"Schmidt se rió. Sí, Distelkamp, es cierto que nos hallamos en los albores de la nueva era, pero no acierto a comprender cómo vieron la luz. Los grandes dignatarios de doble mentón eran los únicos que sabían que los borgoñeses eran mucho mejores que Homero. ¡Hablar de los viejos tiempos siempre es estúpido! La venganza del pasado todavía puede apreciarse en las fotos del auditorio. La grandeza de la confianza en sí mismos es lo único que poseían, en caso de que les fuera concedida. Pero, ¿qué era lo otro?
Es mejor que ayer.
No se puede hallar, Distelkamp. Cuando todavía estaba bajo la supervisión de nuestra biblioteca escolar tenía, gracias a Dios, la oportunidad de mirar más a menudo los programas y disertaciones escolares que estuvieron anteriormente en boga. Cada época piensa que es algo especial, y a los que vienen les gusta mofarse de todas las preocupaciones precedentes, pero hoy en día, Distelkamp, desde la posición actual de nuestros conocimientos y de nuestros gustos, todo sea dicho, sólo nos puede divertir la relevancia otorgada a ciertos preceptos. Quizás desde Rodegast -tal vez porque personalmente él tenía un jardín frente a Rosenthaler- se puso de moda entresacar los materiales para los discursos públicos de modo similar a la actuación de un jardinero, y he aquí que llegué a leer sobre la tesis del horticultor en el Paraíso, sobre la forma del jardín de Getsemaní y las supuestas plantas que adornaban el huerto de José de Arimatea. Otra vez el jardín. ¿Qué dices a eso?
Sí, Schmidt, tienes razón en tu invectiva. Siempre has tenido buen ojo para lo burlesco, para asir con una aguja su esencia y mostrarla al mundo. Pero tampoco has de olvidar la mentira que toleras. Ya has señalado correctamente que te reirás de nuestros dislates también. ¿Y acaso podemos garantizar que esto no sucede a diario en investigaciones más prestantes, en apariencia, que las alusivas al horticultor del Edén? Querido Smichdt, al final, y no en vano, te hallas siempre no ante el personaje, sino ante la creencia en la honestidad de nosotros mismos y de nuestros fines. Pero nuestra eterna crítica, tal vez incluso la autocrítica, expresa la mala fe y la desconfianza en nosotros mismos y en lo que tenemos que argüir. Y sin fe en nosotros y nuestra causa, no hay verdadero placer, ni deleite, ni podemos bendecir a autoridad alguna. Y de esto es de lo que yo me lamento. Porque del mismo modo que en el caso de una organización militar, sin disciplina no hay educación ni autoridad. Es como la fe. Es necesario creer en el derecho arrogado alguna vez, eso es lo que importa. Tener fe en los poderes misteriosos y en la autoridad.
Schmidt sonrió. Distelkamp, no me es posible. Puedo aceptarlo en teoría, pero en la práctica carece de sentido. Sin duda, es la reputación de los alumnos. Tratemos los aspectos que provendrán de la raíz. Querer abarcar todos los atributos no es posible sin pensar de forma absoluta: Y si confías en ti mismo, confías en las otras almas. Pero, querido amigo, eso es precisamente lo que yo niego... La mera creencia en ti mismo, o incluso si no puedes recordar la palabra exacta, no se asume hoy en día con naturalidad. En lugar de este anticuado poder, el poder real del verdadero conocimiento se introduce sólo mirando a nuestro alrededor, lo cual quizás explique la actitud mantenida en Spichern a diario contra el profesor Hammerstein. ¿Temerá el Sr. Punch, con su pajarita, la dificultad inmediata del carácter predominante de los alumnos de Berlín? Si un anciano llegara a la tumba, vestido con orgullo y soberanía, y pidiera una descripción del vergel hortícola, ¿cuál sería su dignidad? Tres días más tarde, sin duda, los propios muchachos habrían compuesto un poema. "



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