De camino a Babadag (fragmento)Andrzej Stasiuk
De camino a Babadag (fragmento)

"Sí, es sólo ese miedo, esas búsquedas, huellas, historias que han de ocultar la inalcanzable línea del horizonte. Otra vez es de noche y todo se aleja, desaparece, cubierto por el cielo negro. Estoy solo y tengo que recordar los acontecimientos, pues me asalta el pavor ante el infinito. El alma se diluye en el espacio como una gota en la inmensidad del mar, y yo soy demasiado cobarde para creérmelo, demasiado viejo para resignarme a la pérdida, y creo que solamente a través de lo visible se puede experimentar sosiego, que solamente en el cuerpo del mundo mi cuerpo hallará refugio. Quisiera ser enterrado en todos los lugares en los que he estado y en los que aún estaré. La cabeza entre las verdes colinas de Zemplén, el corazón en algún lugar de Transilvania, la mano derecha en Chornohora, la izquierda en Spišská Belá, la vista en Bucovina, el olfato en Râsinari, el pensamiento quizás por aquí… Así me lo imagino esta noche en cuya oscuridad resuena un arroyo y el deshielo borra las blancas manchas de la nieve. Me acuerdo de aquellos tiempos remotos en que tantos emprendían la marcha pronunciando nombres de ciudades lejanas que sonaban como encantamientos: París, Londres, Berlín, Nueva York, Sidney… Para mí se trataba de lugares en el mapa, puntos rojos o negros perdidos en medio del verde y el azul sin límites. Yo no podía desear meros sonidos. Las historias ligadas a ellos eran ficción.
Llenaban el tiempo y mataban el aburrimiento. En aquellos tiempos remotos todo viaje lejano parecía una huida. Olía a histeria y desesperación.
Un día, en el verano del 83 o del 84, haciendo autostop llegué a Słubice y al otro lado del río vi Frankfurt. La tarde ya estaba avanzada. Sobre el agua pendía un aire húmedo de color azul grisáceo. Los bloques y las chimeneas de las fábricas de la RDA tenían un aspecto tétrico e irreal. El sol, pardo, brillaba como si estuviera a punto de extinguirse.
Aquel lado estaba totalmente muerto e inmóvil, como si estuviese terminando de apagarse tras un gran incendio. Sólo el hedor del río tenía en sí algo de humano—podredumbre, descomposición, fangosidad de pez—, pero yo estaba seguro de que allá, al otro lado, ese olor se interrumpía. En cualquier caso di media vuelta y esa misma noche volví a ponerme en camino, hacia el este. Igual que un perro, olfateé el coto ajeno y seguí mi camino.
Por supuesto, en aquel entonces yo no tenía pasaporte, pero tampoco se me había ocurrido nunca intentar conseguirlo. La unión de las palabras libertad y pasaporte sonaba bastante elegante, pero en absoluto convincente. La concreción de pasaporte no cuadraba con libertad, que parecía ser la negación de lo concreto. "



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