El día que enterramos las armas (fragmento)Plinio Apuleyo Mendoza
El día que enterramos las armas (fragmento)

"Me acuerdo, como si fuera ayer, del día que enterramos las armas. La víspera, en vez de bombas, los aviones militares habían largado sobre el campamento paquetes de diarios y un diluvio de hojas volantes. Los periódicos hablaban del fin de la dictadura, de la paz, de la amnistía, de la entrega pacífica de las guerrillas en todo el llano. Y no era mentira, allí estaban las fotos de Guadalupe, de Aluma, los Galindo y el Negro Miguel Suárez al frente de sus columnas de chusmeros bien formados, entregándole sus armas al Ejército. Paz. Amnistía. Dos palabras y todos se habían ido de jeta. Y nosotros, ¿qué podíamos hacer? Éramos el comando guerrillero que más cerca operaba de la frontera, el más remoto, el último. Por un momento creíamos imposible continuar la lucha.
Pero qué va, nos habrían aplastado. Lo vimos claro cuando llegaron los estafetas contando que en los pueblos había ambiente de fiesta, por todos lados banderas y el himno nacional, y la gente, nuestra gente, cambiando sus armas por bultos de sal y panela; a veces por menos, por un discurso y un ramito de flores que les entregaban las niñas de la escuela. Así que nosotros decidimos acabar con la fiesta de otra manera. Decidimos enterrar las armas y dispersarnos para siempre.
Me acuerdo que madrugamos a recoger chinchorros y a guardar trastos. Antes de ensillar las bestias, di orden de tumbar las horquetas de los fogones y echar tierra sobre las cenizas para que no quedara ni rastro del campamento. Cuando llegó el momento de dispersarnos llamé a mis hombres. Los veía callados, cerreros. Llevábamos tanto tiempo en el mismo paseo... Muchos habían llegado al llano desde el principio, cuatro años antes, sin más idea que salvar el pellejo, con hambre, con miedo, llenos de piojos. Para vivir habían tenido que ponerse inteligentes, señor: el que no, se moría. Habían aprendido a moverse en manada por toda la llanura. Habían aprendido a estar un día aquí y otro allá, a escurrirse por el monte igual que los indios y a armar trampas para cazar a los patones como venados. Y ahora les salía yo con el cuento triste: se acabó la fiesta, dejen las armas y vuélvase cada cual por su lado sin más compañía que su caballo y una muda de ropa. Razón tenían de andar retrecheros. Para que no perdieran tan pronto la costumbre, resolví darles de adiós mis últimas órdenes. "



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