El coronel Chabert (fragmento)Honoré de Balzac
El coronel Chabert (fragmento)

"El estudio era una gran pieza, provista de la clásica estufa que adorna todas las oficinas de la trampa. Los tubos que formaban la chimenea, atravesaban diagonalmente la habitación e iban a unirse a una cocinilla condenada, sobre cuyo mármol se veían diversos pedazos de pan, triángulos de queso Brie, costillas de lomo, vasos, botellas y la jícara de chocolate del primer pasante. El olor de estos comestibles se amalgamaba tan bien con el tufo que despedía la estufa calentada desmedidamente y con el olor particular a las oficinas y a los papelotes, que la hediondez no se hubiera notado. El pavimento estaba ya cubierto por el barro y la nieve que habían llevado a él los pasantes. Cerca de la ventana se veía la mesa ministro del principal, a la cual estaba adosada la mesita destinada al segundo pasante. Éste se hallaba a la sazón, que serían las nueve o las diez de la mañana, en la Audiencia. El estudio tenía, por todo adorno, esos grandes carteles amarillos que anuncian los embargos de inmuebles, las ventas, los litigios entre mayores y menores, las adjudicaciones definitivas o preparatorias, toda la gloria, en fin, de los estudios. Detrás del primer pasante había una enorme estantería que cubría la pared de arriba a abajo, y cada uno de cuyos compartimentos estaba lleno de protocolos, de los cuales pendía un número infinito de etiquetas y cabos de hilo rojo, que daban un aspecto especial a todos aquellos expedientes. Los compartimentos inferiores de la estantería estaban llenos de cartones, amarillos por el uso, ribeteados de papel azul, y en los cuales se leían los nombres de los grandes clientes, cuyos sabrosos asuntos se resolvían en aquel momento. Los sucios cristales de la ventana dejaban pasar poca luz. Por otra parte, en París existen pocos estudios donde se pueda escribir sin el auxilio de una lámpara en el mes de febrero antes de las diez: todo el mundo va allí, nadie permanece, y ningún interés personal está, unido a lo que ya de por sí es tan trivial; ni el procurador, ni los clientes, ni los pasantes se preocupan de la elegancia de un lugar que para los unos es una clase, para los otros un pasaje y para el amo un laboratorio. El grasiento mobiliario se transmite de procurador en procurador, con un escrúpulo tan religioso, que ciertos estudios poseen aún cajitas para los pabilos, carpetas antiguas de pergamino y cubiertas que provienen de los procuradores del Chlet, abreviación de la palabra Chatelet, jurisdicción que representaba en el antiguo orden de cosas al actual tribunal de primera instancia. Este estudio, obscuro y lleno de polvo, tenía, pues, como todos los demás, algo de repugnante para todos los clientes, y que constituía una de las horribles monstruosidades parisienses. Ciertamente que si las húmedas sacristías donde las plegarias se pesan y se pagan como si fueran mercancías, y si los almacenes de trapos viejos, donde flotan harapos que marchitan todas las ilusiones de la vida, mostrándonos el sitio adonde van a parar nuestras galas; si estas dos cloacas de la poesía no existiesen, repito, un estudio de procurador sería el más horrible de los establecimientos sociales. Pero lo mismo que en estos sitios, ocurre en las casas de juego, en los tribunales, en las administraciones de lotería y en todos los malos lugares. ¿Por qué? Sin duda en estos sitios, el drama, desarrollándose en el alma del hombre, contribuye a hacerle los accesorios indiferentes. Esto mismo podría servir también para explicar la indiferencia en el vestir de los grandes pensadores y de los grandes ambiciosos. "


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