Cinco fragmentos del desiertoRachid Boudjedra
Cinco fragmentos del desierto

"La noche, no hay desierto. Todo es muy negro. El espacio rápidamente atrapado. Prontamente restituido. La arena se filtra por todos lados. Los pliegues de la ropa. Los orificios nasales. La garganta. El pecho. Ahora: era casi la nada. Como una inconstancia. Una atmósfera deletérea y árida a la vez. Como vertical. Hecha de huellas, de rayones o de tachaduras. Y luego este color con tonos difíciles de definir con precisión: negro azulado, violáceo, más bien color berenjena. Vientos contrarios. Cual pájaros voraces y gritones planeando de una manera acrobática, como funámbulos enceguecidos por su destreza y prorrumpiendo a través de los olores demasiado blandos y demasiado edulcorados de los jardines saharianos. Chorros granulosos y granados que se pegan a la piel. La agrietan en ráfagas furibundas. Aquí la arena en la boca tiene un resabio amargo. Que genera fácilmente una suerte de metafísica lagrimosa. O eficaz. En este segundo caso, el ser subyugado se hunde en un éxtasis casi transparente. Helado. Puro. Extremo. Tibetano. Etc. Pero ese desierto no es una elipse, tampoco. Es un conjunto de jeroglíficos indescriptibles. Ilegibles. Cambiantes hasta la desazón del vértigo, como un palimpsesto que se borra y se reescribe. Se tachona y se satura. Sui generis. Como un código maravilloso y lacerante a la vez. Despliegue, entonces, de una circularidad imponderable que ningún compás, que ningún portulano puede trazar o redefinir. "


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