Gigi (fragmento) Colette
Gigi (fragmento)

"De pie, Gilberte era casi tan alta como su abuela. Sugestionada por el apellido español que usaba–apellido de un difunto amante–, la señora Álvarez había adquirido ciertas características que encontraba adecuadas: palidez mantecosa, obesidad y cabellos relucientes de brillantina. Usaba unos polvos demasiado blancos, el peso de las mejillas le tiraba un poco de los párpados inferiores y había acabado por adoptar el nombre de Inés. A su alrededor, gravitaba ordenadamente su irregular familia. Abandonada por el padre de Gilberte, Andrée, su hija soltera, prefería ahora, antes que cualquier eventual prosperidad, la mediocre existencia de las cantantes secundarias en un teatro subvencionado. Por su parte, Alicia–nunca se había oído que alguien le hubiese hablado de matrimonio–, vivía sola, de unas rentas que ella decía modestas y la familia respetaba tanto sus opiniones como sus joyas.
La señora Álvarez contempló a su nieta, desde el canotier de fieltro, adornado con una pluma cuchillo, hasta los zapatos de confección.
–¿No puedes juntar las piernas? Cuanto te pones así, el Sena podría pasarte por debajo. No tienes ni pizca de vientre, pero siempre hallas manera de sacar barriga… ¡Y ponte los guantes, por favor!
La indiferencia de las niñas castas decidía aún todas las actitudes de Gilberte. Podía tener un aspecto de arquero, de rígido ángel o de chiquillo con faldas, pero casi nunca el de una jovencita. «¿Ponerte vestidos largos, a ti, que no tienes ni la cabeza de un crío de ocho años?», decía la señora Álvarez. «Gilberte me desalienta», suspiraba Andrée. «Si no te desalentases por mí, lo harías por cualquier otra cosa», le respondía tranquilamente su hija. Era dócil y se contentaba con una vida casera y casi exclusivamente familiar.
Por lo que se refería a su rostro, nadie podía predecir nada. Tenía una boca grande, que la risa ampliaba, dientes de un blanco flamante, la barbilla corta y, entre los altos pómulos, una nariz que… «¡Dios mío, ¿de dónde habrá sacado esa naricita?», suspiraba su madre. «Pues, hija mía, si tú no lo sabes, ¿quién lo va a saber?», le replicaba la señora Álvarez. A esto, Andrée, mojigata tardía y cansada de todo demasiado pronto, guardaba silencio y se palpaba maquinalmente su sensible garganta. «Gigi –aseguraba tía Alicia– es un lote de materias primas. Puede quedar bien, pero también puede resultar muy mal».
–Abuela, llaman; abriré al salir… ¡Abuela! –gritó Gigi desde el pasillo–. ¡Es tío Gaston!
Regresó trayendo del brazo a un joven muy alto, al que hablaba ceremoniosa y puerilmente, como las colegialas durante el recreo. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com