El hombre errante (fragmento)Hugo Mujica
El hombre errante (fragmento)

"Quien grita en el abismo supera el abismo: su mismo grito lo levanta por encima del abismo” San Agustín.
Es sabida y repetida –lo que no significa suficientemente escuchada- la frase con que Albert Camus da comienzo a El mito de Sísifo: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: es el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de ser vivida”.
Dejemos por ahora a Camus, al abismal humanista que buscaba “ser santo sin Dios”, y retrocedamos. Vayamos hasta casi el inicio de nuestra cultura, cuando lo griego y lo cristiano comenzaban a imbricarse, cuando no se buscaba responder teóricamente a la pregunta sobre la vida sino que se combatía por mantenerla viva. Comencemos por el polo negativo de la dialéctica de este combate: la acedia, el tema que obsesionaba a los escritores espirituales de entonces, a los buceadores de la interioridad humana –alma, espíritu, psique, deseo - o como cada uno prefiera llamarla. Me refiero a todo aquello que precede a la propia conciencia sobre nosotros mismos, aquello que no es contenido de nuestra razón, sino continente de nuestro ser, aquello desde lo cual y gracias a lo cual somos.
En el género literario propio de entonces –el siglo XV de nuestra era- la acedia era considerada un pecado – una falta, algo que faltaba a lo que debimos llegar a ser. El “pecado del mediodía”, como se la denominaba, atacaba cada mediodía, cuando el sol y la pesantez parecieran llamarnos a deponer la energías, cuando el horizonte se vuelve una línea fluctuante, vaporosa y, drásticamente, en el mediodía de la vida, cuando la vida que nos espera reclama un nuevo impulso de nuestro ser para recomenzar, y a la vez, cuando los años parecieran invitarnos a deponer todo proyecto, a confortarnos con lo logrado, a refugiarnos en lo ya vivido, a encerrarnos en la repetición. Un pecado basal, ya que socavaba la voluntad, que vampirizaba la energía vital. Para comprenderlo, comprender la acedia, nada mejor que poner frente a frente a este pecado con la virtud opuesta a él, con la magnanimitas, o también, ponerlos a dialogar. "



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