El legado de la pérdida (fragmento)Kiran Desai
El legado de la pérdida (fragmento)

"Todo el día los colores habían sido los del crepúsculo, la niebla cruzando como una criatura acuática los grandes flancos de montañas imbuidas de sombras y profundidades oceánicas. Fugazmente visible por encima de la bruma, el Kanchenjunga era una cumbre lejana tallada en hielo que recogía la última luz, un penacho de nieve lanzada a las alturas por las tormentas en su cima.
Sai, sentada en la galería, leía un artículo sobre calamares gigantes en un National Geographic atrasado. De vez en cuando alzaba la vista hacia el Kanchenjunga y observaba su cautivadora fosforescencia con un escalofrío. El juez, sentado en el rincón opuesto con su tablero de ajedrez, jugaba contra sí mismo. Embutida bajo su silla, donde se sentía segura, estaba la perra Canija, que roncaba ligeramente en sueños. Una única bombilla pelada colgaba del techo. Hacía frío, pero dentro de la casa hacía aún más frío, la oscuridad y la helada contenidas por muros de piedra de varios palmos de grosor.
Allí, al fondo, en la cavernosa cocina, estaba el cocinero, que intentaba encender la madera húmeda. Hurgó entre la leña con cautela por miedo a la comunidad de escorpiones que vivían, amaban y se reproducían en el montón. Una vez había encontrado una madre, rolliza de veneno, con catorce criaturas sobre el lomo.
Al final el fuego prendió. Colocó encima el hervidor, tan cubierto de abolladuras y desconchones como si lo hubiera desenterrado un equipo de arqueólogos, y esperó a que hirviese. Las paredes estaban chamuscadas y empapadas, con ristras de ajos colgadas de sus embarrados tallos a las vigas chamuscadas, matitas de hollín arracimadas en el techo cual murciélagos. Las llamas proyectaban un mosaico naranja brillante sobre la cara del cocinero, y su cuerpo se fue caldeando, pero una perniciosa corriente de aire torturaba sus rodillas artríticas. "



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