Eslabones (fragmento)Nuruddin Farah
Eslabones (fragmento)

"El individuo lleva en realidad una doble vida: una en la que es un fin en sí mismo y, otra, en la que es un eslabón en una cadena al servicio de la cual se encuentra en contra de su voluntad o, al menos, independientemente de su voluntad. Sigmund Freud.
–¡Las armas no tienen el cuerpo de las verdades de los hombres! Apenas había puesto pie en Mogadiscio, poco después de aterrizar en una pista de tierra al norte de la ciudad, a bordo de un bimotor procedente de Nairobi, Jeebleh oyó a un hombre hacer este curioso pronunciamiento. Se sintió más bien torpe y desaliñado en su manera de alejarse de aquel hombre, que lo siguió. Jeebleh observó a los pasajeros empujarse unos a otros para recoger sus equipajes, las maletas alineadas sobre el polvo del terreno, bajo las alas del aparato. Fue tal el caos que estallaron fieras discusiones entre los pasajeros y varios de los hombres que ofrecían sus servicios como mozos de cuerda, hombres de los que Jeebleh prefirió no fiarse. ¿Quiénes eran aquellos merodeadores? Él sabía que los somalíes tenían por costumbre organizar fiestas de despedida cuando se marchaba uno de sus seres queridos, así como darles ruidosas y alegres bienvenidas acudiendo en masa a los aeropuertos y a las estaciones de autobús cuando alguien volvía de un viaje. Sin embargo, aquellos haraganes que merodeaban parecían estar sin empleo y haber salido a sacar la tajada que pudieran, por medios limpios o engañosos. No descartó que los que iban armados organizaran un atraco o dispararan con tal de conseguir lo que ansiaban.
Le inquietó, y no poco, que el Antonov no hubiese tomado tierra en el aeropuerto principal de la ciudad –del que se había apropiado uno de los señores de la guerra tras la precipitada retirada de los soldados estadounidenses– sino en un desolado aeródromo, recientemente recuperado de la tierra de nadie que había alrededor, entre las dunas de arena y los matojos del desierto y, por el otro lado, el mar.
Jeebleh observó que, tras recoger sus equipajes, los pasajeros se congregaban en torno a la entrada de un hangar, empujándose, afanosos, enzarzados en agrias disputas. Momentos después dedujo que el hangar era la sala de «Inmigración», al ver a algunos de los pasajeros entregando sus pasaportes y a los hombres que había en el interior recibirlos y desaparecer. "



El Poder de la Palabra
epdlp.com